¿Esclavos del tiempo?

Por Carlosmatabuena

Nuestros abuelos aun podían elegir. Se levantaban al alborear el día y trabajaban hasta la caida del sol, que era su particular reloj. Hacían lo que tenían que hacer, sacaban adelante sin pestañear un buen numero de hijos y aun se entretenían con una partidita de mus. Cuando enfermaban, intentaban curarse con remedios sencillos y familiares y sólo en casos excepcionales recurrian a su médico, al cual no siempre pagaban con dinero, dado que la Seguridad Social es un invento relativamente moderno, sino que a veces salían de la casa de los abuelos con una gallina o una botellita de vino como pago a sus servicios.

Mi abuelo tenía un reloj de cadena, de los que se guardaban en un pequeño bolsillo de su chaleco. Me encantaba ese reloj, y lo miraba con la boca abierta cada vez que lo sacaba para ver la hora. Mi abuelo vivía de una forma regular y ordenada. No recuerdo haberlo visto con prisas, y eso que era ferroviario y había sido jefe de tren durante muchos años, con la puntualidad marcada a fuego. Antes de comer siempre daba un paseo, tranquilo y a ritmo de tal, y no como legionario con sobredosis de café, como se ven algunos hoy en día. A la una de la tarde, en punto a ser posible, comía, y siempre una ensalada como primer plato. Y no una ensalada preparada con productos que han llegado envueltos en plásticos, posiblemente transgénicos y con abonos y plaguicidas varios. Eran productos frescos recien traidos de la huerta. En cambio, por la noche le gustaba dar un paseo tras la cena, para “hacer bien la digestión”. En muchos de esos paseos aprendí tantas cosas… Lentamente me iba desgranando todo tipo de anécdotas y me dosificaba pequeñas porciones de sabiduría.

Mi abuelo dominaba el tiempo, y no al contrario.

Las cosas han cambiado. ¿Nos domina ahora el tiempo? ¿No tienes la percepción de que todos vamos corriendo de un lado a otro como “gallos descabezados”? Algunos, con la llegada de los smartphones, incluso prescinden del uso del reloj de pulsera, pero sin lugar a dudas las prisas nos gobiernan.

A diario pronunciamos y escuchamos frases como…:

- No tengo tiempo para nada.

- Necesito algo de tiempo para mí.

- Esto lo necesito para “ayer”.

- El día tendria que tener mas de 24 h.

- Imposible, no llego a tiempo.

- No puedo hablar contigo hoy, no sabes lo ocupado que estoy (los cursis dicen busy)… etc.

El tiempo nos persigue y nos consume. Y queremos exorcizarlo, aprovechando al máximo el ocio, los fines de semana y los pocos momentos en los que el reloj no nos acosa. Y terminamos creyéndonos imprescindibles, ocupándonos de miriadas de nimiedades como si de ello dependiese el mundo…. Pero no somos imprescindibles. De hecho, tenemos tantas cosas que hacer en un tiempo tan limitado que utilizamos docenas de métodos y aplicaciones para incrementar nuestra productividad.

LLega un momento, y suele pasar repentinamente, en el que el tiempo cambia su ritmo. Cuando un familiar nos deja, por ejemplo, y se paran todas las horas. O cuando ocupamos una cama en el hospital, y por propio derecho. Y entonces el ciclo vital se ve gobernado por las visitas de la enfermera, o las tomas de constantes. Y el tiempo se elonga mientras miramos al techo de la habitación. O cuando nos diagnostican una enfermedad difícil, y entendemos, quizás bastante tarde, que aquellas naderías por las que nos preocupábamos eran tan solo eso, minucias. Esos momentos en los que nos gustaría darle la vuelta a las manecillas y volver atrás.

Quizás debieramos pararnos un momento. Y pensar. Y parar el tiempo tambien. y recapacitar qué estamos haciendo con el que se nos ha regalado, un recurso “limitado” al que debemos mimar. Dicen que el tiempo es “oro”, pero la frase debería ser… “el tiempo es vida”.  Entonces vivamos.

No nos dejemos esclavizar por el tiempo.

 “Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol:
un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancarlo plantado; un tiempo para matar y un tiempo para curar, un tiempo para demoler y un tiempo para edificar;un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar; un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas, un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse; un tiempo para buscar y un tiempo para perder, un tiempo para guardar y un tiempo para tirar; un tiempo para rasgar y un tiempo para coser, un tiempo para callar y un tiempo para hablar; un tiempo para amar y un tiempo para odiar, un tiempo de guerra y un tiempo de paz.”