Buenos Aires es una ciudad muy grande, con muchos barrios que la componen y en cada uno de ellos varían sus costumbres, sus edificios y su ritmo de vida.
Existió un Buenos Aires del siglo XIX y comienzos del siglo XX lleno de opulencia y con una clase aristocrática que viajaba a Europa y traía todo lo que era copia de construcciones palaciegas, los muebles, cuadros, luminarias y esculturas.
Se encargaban obras a artistas extranjeros. Muchas eran traídas en barco , pero en otros casos, los pintores, escultores, paisajistas, orfebres, venían a realizar su trabajo acá y se enamoraban de nuestra tierra y aquí se quedaban.
Se embellecieron las plazas, las calles, los parques, se compitió por lograr lo más hermoso y armonioso.
De aquellos tiempos viene el edificio que hoy alberga al Museo Histórico Brigadier Cornelio Saavedra. En sus jardines se colocaron estatuas de mármol de Carrara.
Y es así como llegamos a un escultor polaco, Antonio Perekrest, al cual se le encargan dos esculturas para ser colocadas en los jardines de la residencia de los Saavedra. Nacido en 1879, es uno de esos artistas que se queda con nosotros, falleciendo en Córdoba, Argentina, en 1954.
La fuente barroca que realiza para este lugar, se llama "La caza del delfín" y de ella son las imágenes que figuran a continuación.
Pasaron los años y nuevos vientos soplaron sobre nuestra ciudad, se entró en la modernidad.
Allá por los años 60, época de happenings e innovaciones artísticas, surge un lugar conocido como el Di Tella, donde, artistas de vanguardia, inician un movimiento que provoca adeptos y detractores por igual. Uno de los que realiza sus exposiciones es Federico Manuel Peralta Ramos, descendiente de una familia tradicional. Sus exposiciones, sus dichos, sus anécdotas son para otra entrada. Hoy me quiero referir a una exposición que realiza en 1965, "El yo interior", que consistió en un huevo gigante que hizo armar dentro del mismo Di Tella, terminándolo sobre la hora de inicio, después el huevo se empezó a resquebrajar y él mismo termino rompiéndolo in situ, todo como un simbolismo de un dentro y un afuera y de la posibilidad de un renacer permanente.
El año pasado, un conjunto de personas, decidieron emplazar un huevo, como el de la exposición, en homenaje a lo realizado por Peralta Ramos. Es así como a partir de octubre de 2014 en la plaza Ginastera, entre plaza San Martín y el edificio Kavanagh, en el barrio de Retiro, podemos encontrar lo que publico a continuación.
Ahora bien, ¿qué tienen en común estas obras, una clásica, la otra moderna?
Mirando las imágenes siguientes es que lo descubrí.
Si miramos con atención, veremos que a los angelitos de la fuente les falta un brazo y que el huevo está escrito. Entonces me di cuenta de que lo que une el pasado y el presente es la falta de amor que, los habitantes de este suelo, tienen por aquello que les pertenece.
Tal vez sea una manera de destruir lo que no son capaces de hacer, tal vez sea para hacerse el superado o tal vez sea la ignorancia profunda en que se ha hundido el argentino.
Amo a Buenos Aires, amo mi país, amo su historia, sus paisajes, su arte, cada hueco y cada adoquin que piso, al caminar por San Telmo, me hacen recordar que por allí pasaron los grandes, los que hicieron un país con la mayor riqueza del mundo: el conocimiento. Hoy ya solo somos, un pueblo de vándalos ignorantes.
Solamente puedo llorar quedamente y expresar mi tristeza, en esta pequeña queja, que tiene algo del alma del bandoneón.