Estaciones de colores

Por Lasnuevemusas @semanario9musas
Me pongo delante de la pantalla del ordenador para escribir y busco una música que me acompañe durante este rato, aparece Vivaldi y me quedo con las conocidas [amazon_textlink asin='B009DF3L3G' text='Cuatro Estaciones' template='ProductLink' store='lasnuevemus07-21′ marketplace='ES' link_id='894d12cf-cf21-11e8-af90-db16c95e867a']

La luz de fuera empieza a amarillear y las sombras oblicuas que proyecta el sol dibujan, a cada instante, imágenes más sugerentes y profundas.

La temperatura en la calle, esta mañana, es muy agradable.

El viento azota suave y constantemente las copas de los castaños y de los nogales, vaciándolos sin piedad de sus golosos frutos.

Es el otoño que ya está entre nosotros.

Es tiempo de recogida. Es tiempo de almacenar la cosecha de cara el invierno que se aproxima.

Es tiempo de la vendimia y tiempo de los magostos y tiempo de vino nuevo.

Vivo en un país de la zona templada en el que tengo el privilegio de poder disfrutar de la mudanza cíclica de la vegetación que me circunda.

Hay quien le llama a esto tener mal tiempo. Para mí es una bendición de la naturaleza.

La primavera empieza con las laderas de las montañas, los cauces de los ríos, las avenidas de las ciudades llenas de tal infinidad distinta de verdes que sería impensable contarlos.

Observamos verdes musgo, verdes amarillos, verdes azulados, verdes vibrantes, verdes húmedos, verdes verdes, verdes, verdes, verdes....

En este momento, los suelos fértiles y húmedos de las praderas se convierten en un paraíso de efímeros colores sembrados por infinidad de flores silvestres, que se apuran a competir en diversidad, forma y tamaño y espectacularidad o humildad.

Es un buen momento para hacer fotos delicadas, sutiles, y en las que se aprecien las distintas tonalidades, las composiciones tenues y amables mezcladas con algún punto de color.

Es buen momento para hacer macros de detalles vivos o sutiles y angulares inmensos de esos valles fecundados por la abundante agua, por el sol que está espabilando y por los tiernos brotes que se desperezan en medio de cualquier cauce de algún riachuelo de los Ancares, de O Courel o del Eume.

Le sigue un verano en el que los verdes se uniformizan para convertirse en soutos ricos y frescos y en devesas hidalgas y recias.

Lugares espectaculares para calmar el intenso calor de julio y agosto, solo, acompañado o con una buena merienda.

Indudablemente, permite unas fotografías mucho más pobres, mucho más monótonas, y que alternarán entre las sombras continuas y planas generadas por las frondosas copas maduras de los árboles y las luces hirientes y cegadoras, también planas, del exterior que queman películas y sensores.

Pero, aun así, debajo de esos inmensos paraguas vegetales existe vida. Abundante vida, tanto vegetal como animal esperando por nuestro objetivo.

Están los caracochos de los castaños, están la vigas inmensas de Robles, están los Bubillas, las tórtolas (rulas), los mirlos, el cuco, el escornabois (ciervo volador),...

Está un mundo entero aguardando que lo descubramos

La caída paulatina de la luz solar, la oblicuidad de las sombras nos conduce a la estación más impresionante y satisfactoria para cualquier paisajista: el otoño.

Tengo el privilegio de poder vivirlo en primera persona en devesas como la de Rogueira o las Fragas do Eume, o entre los viñedos de mi bien amada Ribeira Sacra.

Viven para siempre en mi mente los rojos intensos de las uvas Garnacha Tintorera, los amarillos gloriosos de las de Jerez o de la Treixadura, los ocres de la Mencía, de la Albarello o de la Caíño.

Viven y conviven todos mezclados en un totum revolutum descendiendo unas veces mansamente y otras de forma abrupta hacia el cauce del Miño.

En otras zonas, el amarillo de los abedules, el rojo de los robles franceses, los marrones de los castaños, los verdes de las hojas aún con vida compiten entre sí para teñir las fragas vivas y autóctonas que aún podemos disfrutar.

Digo aún porque el monocultivo del eucalipto está acabando no sólo con esta diversidad cromática tan esplendorosa, sino con ecosistemas enteros de vegetales y animales en pro sólo de un beneficio económico rápido y fácil

Es un paisaje impresionista ofrecido, año tras años a nuestros ojos para los que lo quieren ver, disfrutar y apreciar.

Es el paraíso de cualquier paisajista.

Las fotografías monótonas del verano se convierten en vivas, unas veces alegres y otras melancólicas pero siempre impresionantes.

Las labores del campo tradicional se van retrayendo, para dar paso a los magostos, a las matanzas y a los cocidos, antes de que llegue la navidad y con ella empiece una nueva estación.

El invierno es limpieza, los árboles se desnudan impúdicamente dejando ver entres sus ramas esos misterios ocultos durante todo el año, esos encantos que tuvo escondidos a nuestros ojos como recatada señorita.

Permite descubrir nuevos paisajes, nuevas rutas, regatiños escondidos y fervenzas que antes sólo se adivinaban por su rumor.

En la ciudad emergen las siluetas de los edificios de una forma íntegra y perfecta y las avenidas dibujan cabelleras mecidas por vientos recios, generalmente bien peinadas. Cabelleras normalmente grises, aunque por efímeros momentos se puedan tornar en blancas.

Cabelleras que forma de hileras, perfectamente ordenadas y domesticadas a través de nuestras aceras.

Esta impúdica desnudez, nos permite fotografiar objetos y paisajes antes invisibles. Los contrastes son menores, y el aprovechar algún rayo de sol, en estos momentos casi horizontal, nos dará un poco de profundidad y contraste.

Es un gran momento para aprovechar esta ayuda.