Calambre seco, duro, potente, que no se parece al de los dedos en el enchufe pero que machaca y corroe continuamente. De ahí el nombre. ¿Molesta?, te dicen. Y contestas que no con ese rictus apretado en la boca y con los ojos medio entornados esperando el siguiente latigazo. Se van alternando los dedos de la mano, la muñeca, el brazo… hasta que se llega a la cara. Y ahí ya notas que vibra la mandíbula al ritmo salvaje de los Harlem Globetrotters o de Mayumaná.Golpes eléctricos rotundos bajo barbilla que hacen que tu cabeza baile. Alegre movimiento que te eleva de la camilla en busca de una ascensión indeseada.Ligero descanso y vuelta a empezar. Miras con cara de reprobación y te recuerdan el nombre del suplicio:estimulación repetitiva. Y repites, claro. La electricidad, a lo peor, es como una droga más. Quizá el gobierno debería prohibirla en locales cerrados. Y hasta en los abiertos.-Terminado. Beba un poco de agua.Ahí ya dudas si el agua no será para afianzar, favorecer, fortalecer e intensificar la próxima descarga, al viejo estilo de los torturadores de ciertas dictaduras ya lejanas, afortunadamente, en el tiempo.Pero no. Es verdad que el martirio, éste, ha finalizado. Claro que… hay una segunda parte.Lees de nuevo el informe: Fibra simple, dice. Si es simple, será sencillo, crees mientras recuerdas el tema de los sinónimos que hace poco has explicado en clase…Pues tampoco aciertas.Simple no es sinónimo de sencillo, sino de único. Algo así como seleccionar con una aguja clavada en tu frente, movida sin piedad hacia arriba y hacia abajo por el verdugo, las estrías de las fibras musculares supuestamente afectadas por lo que todavía casi no tenía nombre.Si leído suena aterrador, cuando la aguja se acerca y la ves flotar sobre tus ojos, el miedo te sobrecoge. Cierras los ojos justo en el momento en que se clava a dos centímetros sobre tu pupila derecha y oyes en un stereo dolby surround unos chasquidos semejantes a los que ET escucha con el artilugio que fabrica al estilo McGyber con un telefonillo y dos chicles. (Mi casa, mi teléfono… ¿Recordáis?).-Cada vez que usted arrugue la frente se van oyendo las fibras… Entonces es cuando piensas que lo que te acaban de pinchar es la aguja de un viejo tocadiscos. Y, en efecto, si elevas la ceja, ruidito. Si frunces el ceño, ruidito. Si bajas la línea del pelo, ruidito… Acaba siendo divertido aunque el movimiento de la aguja buscando fibras a las que investigar no es especialmente agradable.-Pruebe, pruebe usted, por favor.¿Probar? Si, mueva la frente para que se familiarice con el aparato…Scchhhhtprrrttt sggghtttt … Escuchas los sonidos que la aguja produce cuando mueves alguna pequeña fracción de músculo y la musicalidad que imprimes a tu propio dolor como que te hace olvidarlo todo por una infinitesimal laguna en el tiempo.
La realidad, no obstante, te espera a la salida. La frente dolorida con un punto delator que semeja la picadura de un terrible insecto; la mandíbula alborotada, los nervios desquiciados, la mirada caída… un poema, un show, un casting miasténico para el que no sabes quién demonios te apuntó…