Sentarme encima de la cama, sin más, dejando olvidado el móvil o el ipad en cualquier rincón de casa. Tomar una cerveza porque sí en la terraza. Empiezo a entender la diferencia entre estar y ser al decir vivo. Me siento bien.
Tengo en el armario un caos de ropa de invierno y de verano, las sandalias mantienen un affair con las botas de pelo. Y me da igual. Ya no me traigo el ordenador a casa, lo dejo en el trabajo. Me confesó un día que él también necesita descanso.
Me paro a pensar. Y no pienso nada. A veces noto que me voy a enfadar y antes de hablar y de gritar o de correr o de que sobren las palabras, se me vuelan. Se me escapan. No sé dónde van. Me da igual.
Decir a veces no es hablar. Me gusta lo que dicen mis silencios. Me gusta silenciar. Me gusta estar callada. Me gusta que me hablen, y no hablar. He aprendido a no preguntar. A contestar. Tengo todavía tanto que aprender… Y que escuchar….