Estrés prevacacional

Por Soniavaliente @soniavaliente_

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Había oído hablar del síndrome de Estocolmo, el Síndrome de Stendhal, el síndrome premenstrual e incluso del síndrome postvacacional pero jamás del síndrome prevacacional. Ni qué decir tiene que hay uno que sufre religiosamente cada mes y no es precisamente el de Stendhal. A decir verdad, ha sufrido todos los malos. También el de Estocolmo, con algún jefe chungo o amor tóxico, pero el de Stendhal, el síndrome de los delicados por naturaleza,  pues no, oigan. Nunca ha contemplado tanta belleza junta. En fin. Es pobre hasta para eso. Dicen que es una reacción romántica al estrés del viajero y que a los japoneses les pasa al llegar a Florencia: no resisten contemplar tanta belleza junta y colapsan. Lo dicho, unos flojos.

En Florencia, ella no perdió el sentido, perdió a su madre, dos veces. Pero eso es otra historia, una historia de terror en un crucero. Por no tener, no ha tenido jamás síndrome postvacacional. Llámenla rara. En eso, en ser una bestia parda del trabajo, a no saber vivir, ni aburrirse, ha salido a su padre. En cambio, este año ha decidido no privarse del síndrome prevacacional. Que no se respire miseria.

Los expertos apuntan que en esta época del año, con las vacaciones a las puertas, muchas son las personas que piensan que han llegado al límite de sus fuerzas. Están agotados física y mentalmente y creen que no van a llegar. Pero siempre se llega. Las empresas aprietan, exigen más por menos, jornadas inagotables, imposibles vitales… Y el estrés y la presión hacen que la vida personal tampoco sea ninguna fiesta.

Hacer planes, relajarse en pareja, a veces deja de ser algo tan idílico como lo era en su cabeza. Cuando se ha pasado el año huyendo de un lado a otro, de la ofi al pádel, de las reuniones de escalera a la cena de empresa, pasar tiempo a solas con alguien con el que se tiene entre y poco y nada que decir puede resultar la mar de estresante. Aunque con el sonido de las olas se hace tan llevadero…