Estudio de patologías mediante el análisis de imágenes

Publicado el 27 noviembre 2010 por Ibizamelian

Se presenta sorprendentemente revelador analizar una época, y concretamente a sus dirigentes, desde el estudio de la publicidad empleada por el aparato del poder en ese momento. De donde podremos sustraer las patologías que aquejaron a sus gobernantes y que subyacen hábilmente bajo la infinidad de mensajes persuasivos vertidos al objeto de  manipular la opinión de los gobernados.

En este cartel, que cogeremos como ejemplo para demostrar esta tan común práctica, circunscrito a la etapa de la dictadura de Stalin, se pretenden aplicar los conceptos del marxismo-leninismo. Mas quedando aparentemente oculta la intención última del gobierno: instaurar el deber al Estado por encima de todas las cosas, convirtiéndose en una doctrina de fe para el ciudadano. Apelando al rojo, como tono más llamativo para transmitir un mensaje claro e inequívoco: Amor a la Patria”, dirigiendo indefectiblemente la vista del receptor hacia él.

La teoría clave del comunismo: crear un nuevo mundo, con un hombre nuevo, se plasma pero al servicio de los designios del régimen, que escasamente tenían que ver con los supuestos ideales proclamados por el marxismo-leninismo. Lenin establecía que se debía iniciar la revolución en la nación rusa para posteriormente llevarla al resto del planeta. Este postulado que era igualmente defendido por Trotsky, rival de Stalin y vilmente asesinado por un supuesto sicario del tirano, es modificado por la perspectiva que defiende el absolutista, hacer de la URSS un país grande, poderoso y estable, un imperio al que se deberían anexionar el máximo de territorios, teniendo como referentes la política expansionista de los zares: Iván el Terrible y Pedro el Grande. Para evidenciar este concepto se utiliza asimismo el matiz granate en el mapa de la URSS esbozado sobre un globo terráqueo, mostrando su supremacía en el planeta, irradiando un verdadero sentimiento de orgullo por ser ruso. Ciertamente Stalin consiguió una gran nación, a la que adhirió la influencia sobre los múltiples países satélites tras la Segunda Guerra Mundial.

En la línea de concebir un Nuevo Hombre, los mejores entre los mejores para llevar a la patria al máximo desarrollo, es adaptado por el “Hombre de Acero” de una forma machista, relegando a la mujer a un segundo plano. Contrario a la ideología comunista que promulgaba la igualdad de géneros. Quizás el trastorno bipolar, o carencia de sentimientos, padecido por el máximo gobernante, le inducía a una misoginia exacerbada hacia el género femenino. Vuelve a despuntar el púrpura en los pañuelos de los estudiantes, todos chicos, pues la autoridad estaba claramente destinada a ser ostentada por el macho.

La mujer expuesta, no demasiado guapa, de rasgos maternales, únicamente era válida como materia prima para el trabajo y apoyo al varón, dirigiéndolo a lograr sus objetivos. Robusta y de nariz respingona como le gustaban al dictador, claro modelo de la campesina rusa. No en vano su relación con las féminas fue totalmente degradante. Su madre, quien posibilitó con grandes esfuerzos que adquiriera los mínimos estudios, fue primeramente maltratada por su esposo, suerte que también corrió Stalin y posteriormente ninguneada por su hijo, tal era el grado de indiferencia que ni siquiera cuando falleció asistió a su sepelio. Su primera esposa pereció prontamente, dándole un vástago con el que apenas tuvo trato y al que se negó a salvarle la vida al declinar aceptar la propuesta de los nazis de canjearlo durante la contienda de la Segunda Guerra Mundial por un mariscal germano prisionero de los rusos. Feneció atrozmente en un campo de concentración alemán. Su segunda cónyuge se suicidó tras una fuerte discusión con él, agotada tras las múltiples vejaciones. Su hija admitió la carencia de sentimientos del dictador, y el profundo pavor que despertaba inclusive entre los de su misma consanguinidad. Se estipula que cuando los rusos pisaron suelo alemán, dando la estocada al nazismo, los militares tenían entre sus prácticas la violación de miles de mujeres germanas, independientemente de su edad, hecho que presuntamente fue de total conocimiento para Stalin. Aunque una gran mayoría, tras embarazos no deseados, abortó, existe el rumor de que muchos de los nacidos en aquella época llevaban sangre en sus venas de la gran madre patria rusa. El arraigado machismo fue superado por la proliferación de una execrable homofobia. En este punto, en el antisemitismo y en otros tantos, como en las constantes purgas contra todo aquel señalado, con razón alguna o mayoritariamente sin ella, por el dedo del absolutista, el nacional-socialismo de Hitler y el comunismo de Stalin, resultaban muy semejantes.

El cartel es simple, enfatiza en bermejo tres nociones básicas, hacia las que dirige la atención de las masas: Amor a la patria; crear al Nuevo Hombre; para engrandecer la gran nación fuerte y potente que es la URSS. Esto debe ser una fe ciega, cual enérgica religión, manifestando su sobrenatural preponderancia a través del halo de luz que invade la estancia penetrando por la ventana. Igual que el ángel en el cristianismo anunció a María la llegada del hijo de Dios, el Estado, cual divinidad, comunica a los ciudadanos la única verdad: la hegemonía total y absoluta del gobierno al que se le debe suma lealtad y obediencia. Recayendo en este caso el control en la figura de Stalin, que como los zares estaba tocado por la providencia.  Una manifiesta megalomanía que lo caracterizó durante todo su mandato.

El paisaje exterior contemplado enseña la unión del proletariado y campesinado para construir la gran nación. Los ciudadanos han de estar dispuestos al sacrificio, pues la pertenencia al grupo está por encima de cualquier egoísmo individual. La ciudad con las fábricas caracteriza la industrialización, llegando a ser la URSS en 1953 una considerable potencia industrial, tras EEUU, gracias a los planes quinquenales. Escenificando además el avance en el transporte con la ilustración de un camión, un barco, un avión y el ferrocarril. Se alude al logro obtenido en materia de obras públicas, como la energía eléctrica con las torres de alta tensión junto al río. El campo teñido de un intenso verde señala la riqueza de su productividad, bendecida por el agua. Stalin con la implantación de las granjas colectivas y la mecanización de la agricultura perseguía el éxito de sus políticas agrarias, pero el resultado fue otro totalmente distinto. Los campesinos contrarios a esta línea se opusieron desde un primer momento a ella, el dictador reconocería a Churchill en 1942 que por la imposición de esta norma murieron 10 millones de personas, justificando su necesariedad en pro del bien común.  El cartel adoctrina a los ciudadanos con el argumento marxista-leninista de que con la socialización efectiva y real de los medios  de producción se consigue establecer una economía planificada, que se adecua tanto a las exigencias como a la capacidad de producción de las masas. Se establecen los objetivos a lograr: el reparto del trabajo, la fijación de precios y salarios por parte del Estado.

La lámina es la percepción exacerbada del comunismo por parte de Stalin. Lenin divulgaba que con el triunfo de sus tesis dejaría de ser necesario un aparato represivo, el Estado, pues desaparecerían las causas objetivas que le dieron vida, las clases. Ya que en teoría el hombre nuevo socialista, que reside en un mundo nuevo, aporta al colectivo aquello que puede, y recibe del trabajo social aquello que necesita para satisfacer sus necesidades. Nada más lejos de la realidad, la autoridad no la desempeñaba ya ni el proletariado, ni el campesinado, ni los burgueses o capitalistas, sino únicamente Stalin, sustentado en la nueva y privilegiada clase burocrática. Una dictadura enormemente deleznable, disfrazada con tintes izquierdistas.

Mas el pueblo si bien no mejoró sus condiciones de vida, no estaba en disposición de emprender otra revolución, cansados y extenuados tras la primera, se dejaron vencer y guiar por la férrea política del miedo del “Hombre de Acero”. Donde todo era controlado y susceptible de ser calificado como enemigo de la URSS, con pena de destierro a los gulags, campos de trabajos forzosos y de exterminio tan cruentos como los de los nazis, donde perecieron muchas más personas. Su trastorno bipolar y personalidad paranoide, llevándole a desconfiar de todo y de todos, sumado a su mediocridad que lo dotaba de una enorme inseguridad, hicieron de Stalin uno de los mayores criminales de la historia y marcaron una época. Todo valía para preservar el poder y la propaganda de persuasión, fundamentada en una campaña de terror, le posibilitó gobernar Rusia por un largo periodo de tiempo. Sólo al final y con 74 años, se especula que sus más allegados conspiraron para derrocarlo ante el temor de ser ellos las próximas víctimas, pudiendo deberse la causa de su muerte al envenenamiento. Muy tarde ya para los millones de asesinados indiscriminadamente, torturados, humillados y vejados con las técnicas más despiadadas.

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