Hoy tenía la intención de publicar un post distinto. Pero el día a día se impone y la urgencia de las noticias se muestra intratable. No hay quien quiera pararla. ¿Nadie, nadie? En algunos pequeños rincones (y no solo de la península armoricana...), algunos resistimos. No voy a hablar de Rajoy ni de Merkel ni del 11 de septiembre en Catalunya ni de Mas ni de la compra masiva de bonos que los expertos llaman "neutralizada". Pienso mucho en Tolkien estos últimos tiempos. Y en Goscinny y Uderzo. Las circunstancias les unen, para mi gozo y para mi pesar. Algunos resistimos, sí, pero Sauron y Mordor están venciendo y las tinieblas cubren ya la Tierra Media. Solo en casa por primera vez en mi vida adulta. Solo de verdad. No circunstancialmente solo. Un hijo se va hacia el sur. Otro parte a un cercano oeste. Mi santa se concentra en su trabajo (se va hacia el sureste cada mañana). Y yo, solo, ante el ordenador, miro al norte y pienso en la resistencia activa. En cómo, rodeado de temibles y entrenadas legiones, de babeantes y hediondos trolls, voy a sobrevivir. El camino es sinuoso (cruzando el parque de Tamadaba, en la foto superior) pero está en uno mismo. Leer, aprender, viajar, beber, comer, escribir, contar. Ser mejor y compartir. Esa va a ser mi forma de "combate".
Et in Arcadia ego? No me siento así. De nuevo septiembre. Una nueva etapa de mi vida empieza en septiembre. Otra vez. Las partidas, las ausencias, no me sumergen en la tristeza, pero (como bien dice una querida amiga) me dejan en la melancolía. La soledad no es un paraíso, te visite o no la Muerte. No me siento en una reencontrada Arcadia (he estado allí varias veces) por el hecho de estar solo y disponer de más tiempo para mí. Pero tampoco es una desgracia. No huelo la sombra de la Muerte, aunque las siluetas de los dragones de Sauron se intuyan en el cielo claro de Barcelona. Presiento la oportunidad de poder hacer las cosas que quiero hacer como las quiero hacer. Es la hora de aprovechar la ilusión por un nuevo aprendizaje. Es la hora del viaje, interior y exterior, para conocer a fondo el mundo del vino que más me interesa, en España. Viajaré, hablaré, entrevistaré, escucharé, miraré, leeré, fotografiaré, beberé, comeré, sacaré mis ideas, las contaré. Por supuesto, no dejaré de lado mis otros amores habituales (Italia, Francia, Alemania, Austria, Portugal, Suiza; empezaré también con Grecia), pero mi concentración estará en España. Es la hora de la viticultura y del vino, de la naturaleza hecha arte a base de sudor, de las cepas que hacen crecer tus pies hacia sus raíces.
¡Es la hora del vino, tonto! Anteayer, Carlos Maribona (@salsadechiles) publicaba una bonita foto de François Mitjavile en su Château Tertre-Rôteboeuf, Grand Cru de St. Émilion. "Uno de los grandes" apuntaba Maribona, con "vinos clásicos para dormir mucho tiempo". Añadía Santiago de Coalla (@CoallaGourmet) que "bebí un 2005 con amigos hace unos meses...espectacular". Yo confesé tener un 2005 y mi voluntad de hacerle dormir el sueño de los justos. Pero Santiago (como antes había hecho ya Ramón Coalla con otro Rôteboeuf) me puso la mosca tras la oreja: "si me pudiera permitir otra botella, no creo que resistiera mucho". Alguien objetará "qué va a decir éste, si lo vende". Pero yo contestaría que Santiago vive el vino al margen, casi, de las ventas. Me levanté y le hice caso. Susurré "perdón" a la botella. Y la abrí. Tertre Roteboeuf Saint-Emilion Grand Cru 2005. François et Emilie Mitjavile, botella número 12048. 14%. Sin decantar. Abierta media hora antes de empezar a beber. Copa Priorat de Roger Viusà para Zwiesel 1872. 15ºC. Qué vino tan serio y profundo. Tan medido todo, tan bien puesto todo: madurez, fruta, madera, afinación, reposo en botella. Tanto Santiago como Maribona llevan razón: ahora, este vino es un guante casi perfecto, al olfato y al paladar. En diez años, su estructura será más liviana aún, más ligera. Ahora es un vino como ese aire, todavía denso aunque ya algo fresco, de septiembre.
En unos años será una suave brisa de otoño. Acariciará y calentará, pero no quemará. Refrescará sin transmitir frío. Cedro bruñido. Eucalipto en flor. Compota de cassis. Penetrante. Envolvente. En boca tiene una fluidez arrolladora. Y caudalías: casi no recuerdo la última vez que bebí algo tan intenso y, al tiempo, tan discreto. La cabernet franc apenas se nota. Queso curado al vino. Su corteza. Láctico y, al tiempo, frutal. Tomillo y laurel. Clavo de especia y grafito. Le devuelve todos los sentidos a la merlot. Al final, notas un tanino que todavía conserva alguna arista, que está por pulir y piensas ¿me habré equivocado? No. Esta hora a solas entre los Mitjavile y yo ha merecido mucho la pena. ¿Es un vino para compartir? Por supuesto. Como todos los grandes vinos. Pero la hora que hemos pasado solos en casa ha sido de las mejores de los últimos tiempos. Este vino me ha emocionado como poquísimos priorats y borgoñas han hecho; me ha hecho beber sin pensar (hablar no podía, claro...), por completo concentrado en él, con él; y me hace pensar que el tiempo que vivimos, por muchos senderos que nos haga andar, acabará llevándonos a un mar soñador (foto inferior, el Atlántico, cuando llegas a la la Punta de la Aldea, en Gran Canaria). Con vinos así será mucho más sencillo, por supuesto. En la ruta ¡de nuevo!