Ética para amadores

Por Cristina Lago @CrisMalago

Cuando nos encaramos con el final de una relación, las formas importan tanto que una manera indigna de hacer mutis por el foro puede borrar de un plumazo los buenos recuerdos y convertir una mala situación en un trauma innecesario. ¿Estás viviendo esta situación y no sabes cómo actuar?

Es ley de vida: en el camino a la madurez, las personas hacemos (y recibimos) inevitables daños. El proceso previo a una ruptura es en concreto una etapa muy delicada en la que ambos miembros de la pareja pueden resultar muy heridos. A pesar de que el resultado es el mismo, la experiencia es concluyente: saber marcharse con dignidad beneficia tanto al que deja como al que es dejado. 

Contaba un lama tibetano de nombre impronunciable que si alguien necesita de religión para ser bueno, entonces esa persona no es buena, es como un perro amaestrado. Este pequeño manual de ética para amadores no persigue amaestrar a nadie, sino invitar a la reflexión, a ser más conscientes de nuestros actos y a facilitar el duro tránsito que supone finalizar una relación.

La pregunta es ¿por qué hacemos daño? En la mayoría de los casos, las personas generamos dolor a los demás por pura inconsciencia. Cuando nos sentimos heridos o atrapados, somos como los pollos sin cabeza que vamos chocando en todas direcciones con aquello que se cruza en nuestro camino. Quien es desgraciado, no ve otra cosa que no sea la puerta de salida de una situación que siente como insoportable y no dudará en hacer lo necesario para alcanzarla a toda costa.

En el libro Ética para Amador que inspira este artículo, Fernando Savater nos contaba que lo contrario de ser moralmente imbécil es tener conciencia. La conciencia es una palabra que proviene del latín constientia: con conocimiento. Poseer esta cualidad significa que aunque no podamos evitar sentirnos de una manera u otra, sí podemos ser conscientes de lo que nos sucede y porqué actuamos como actuamos. Para ejercer la ética, hay que empezar por conocerse.

El segundo factor es la empatía. La cruda realidad es que los seres humanos tendemos a considerarnos los unos a los otros en términos utilitarios. Cuando somos felices, no es difícil ser un gran amigo o una gran pareja: pero ¿y cuándo somos infelices? ¿seguimos siendo igual de generosos? ¿o nos convertimos en egos heridos que piden auxilio o vomitan reproches?

Antes de cargar contra la persona amada por el sencillo pecado de sobrar en tu vida, intenta ponerte en su lugar. Si tú estás perdido y asustado, ¿qué sentirá tu pareja al verte desintegrarse a su lado? Puede que tú te sientas prisionero de esa relación, pero la persona que está contigo está siendo prisionera de tus vaivenes emocionales. No sois enemigos: ambos remáis en el lento barco de la pérdida inminente. La empatía invita a solidarizarse cuando dejamos de ver a los demás como objetos y empezamos a verlos como compañeros que sufren al igual que nosotros.

El tercer factor que precisamos es saber ejercer la templanza. El autocontrol es una capacidad que se gana con el tiempo y un adecuado crecimiento personal. A mayor infantilismo: mayor descontrol. No se trata de reprimir las emociones sino de moderar la forma de expresarlas hacia el exterior. Una famosa frase de la marquesa de Sévigné afirmaba que si los hombres han nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua, es porque se debe escuchar y mirar dos veces antes de hablar. Haz uso de todo ello y empezarás a cultivar la templanza.

La ecuación es sencilla, pues: conocimiento + empatía + autocontrol. Incluso en la mayor de las tormentas, es posible encontrar un foco de calma desde el cual observar lo que está sucediendo como un espectador de la propia vida. Si fueses una tercera persona imparcial que contempla los acontecimientos ¿qué te aconsejarías? ¿qué aconsejarías a tu pareja?.

No te angusties si no puedes hacerlo esta vez. Es posible que te equivoques o que aún no hayas desarrollado las herramientas necesarias para salir del paso sin hacer lo que un toro en una tienda de porcelana fina. Tu conciencia está ahí para aprender de lo que ha sucedido, no para estar fustigándote durante miles de años por haber actuado como buenamente pudiste y supiste.

Asume las consecuencias de tus actos, perdónate (y si eres capaz, pide perdón) y sobre todo, no lo olvides: un día estarás en el otro lado y entonces comprenderás para qué sirve exactamente tener un manual de ética para amadores.