En el terreno de la gestión de los dineros públicos la cosa tampoco está para tirar cohetes. El diagnóstico --tan certero como pedante-- de un experto sobre los errores y males del IRPF apunta al mismo mal originario: si defraudar al fisco es una elección racional no estamos ante un uso perverso de una legislación fundamentalmente justa, sino ante una grieta legal que permite eludir una parte de los impuestos a los aprovechados ante las narices mismas de los necesitados. El autor, gracias a su puesto de funcionario (a salvo de vaivenes laborales), junto con una libertad de prensa, por fortuna firmemente consagrada, puede denunciar sin problemas lo que todo el que lee y reflexiona un poco sabe sin necesidad de que se lo tengan que explicar. Su acierto en el diagnóstico, sin embargo, no contribuye en nada a que cambie el estado de cosas que denuncia. Así como el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, la denuncia de la injusticia no significa que ésta involucre por decreto a quienes tienen la potestad de cambiar las leyes.
Del lado del usuario/consumidor la pauta es la misma: en Francia, las recientes protestas contra el retraso de la edad de jubilación (de 60 a 62, una de las más bajas del mundo desarrollado) se desarrollan con total fiereza sin examinar siquiera las posibles consecuencias a largo plazo que implica enrocarse en el inmovilismo. Igual que en el caso de jueces y economistas, se trata de una elección racional (el mantenimiento del statu quo), exactamente la misma que exhibe el gobierno de Sarkozy para defender la medida. Éste maneja argumentos macroeconómicos que vaticinan un colapso financiero ante la conjunción letal de cuatro factores: aumento de la esperanza de vida, descenso de la natalidad, uso perverso de la prejubilación y trabas a la libre circulación de personas por motivos que no sean turísticos. Los trabajadores, en cambio, se niegan a abandonar la lógica de su microeconomía doméstica porque es el único contexto que les proporciona munición para sus protestas. Esa gente lucha por conseguir el máximo de renta para la vejez y mantener quizá un precario nivel de vida que les permita serguir siendo consumidores. Con la misma racionalidad implacable, los empresarios exprimen hasta el límite la legislación con el objetivo declarado y legítimo de pagar menos impuestos. Elección racional en ambos casos.
Los métodos (elección racional) y los fines (beneficio personal) son los mismos, sin embargo las desigualdades políticas y económicas introducen una distorsión fundamental: resultados muy diferentes dependiendo del origen de la iniciativa. Las virtudes de una sociedad libre --análisis crítico, reflexión, posibilidad de réplica y de debate-- no son capaces de poner en marcha desde abajo los cambios que una estricta aplicación de los principios legislativos más altos y sagrados (declaraciones de derechos, preámbulos) implicaría. Esto significa que hay que actuar con una ética diferente en función del bando en el que se esté. No estoy descubriendo ni proponiendo nada nuevo, esto ya es así porque se trata de elecciones racionales. Empresarios y trabajadores están obligados a manejar éticas contrapuestas porque las repercusiones de sus acciones, además de concretarse desde ámbitos muy diferentes, obtienen resultados radicalmente opuestos. Las éticas de unos y otros son, pues, irreconciliables e inintercambiables. No se puede ser trabajador y empresario a la vez (los mandos intermedios son híbridos mutantes sin salida evolutiva), igual que no se puede ser peatón y conductor a la vez. Eso no significa que no se pueda cambiar de lado cuando se quiera y cuantas veces haga falta. Lo que sí es imposible es manejar una ética que trate de encontrar zonas de consenso comunes, porque algo así no existe ni es posible que exista en un libre mercado capitalista.
En este contexto, la ética que mejor sirve a los Don Nadies del lado de la demanda es una ética de la supervivencia, y eso significa que todo su contenido debe ser útil, y si no lo es se desecha o se cambia.
1. Ignorar cualquier clase de contradicción, aun las más flagrantes, que se desprendan de decisiones, actitudes o acciones que tengan como resultado un beneficio propio. Todo lo que amenace cuestionar, anular o minimizar este propósito es un estorbo. En caso de duda o debilidad, tomar ejemplo de los políticos o los empresarios y desechar toda mala conciencia.
2. No olvidar nunca que el discurso político y el empresarial son tan interesados y distorsionadores que el del cualquier Don Nadie. En caso de duda o debilidad, recordar que la demagogia está al alcance de cualquiera.
Formulados así, estos principios no parecen demasiado solemnes, pero el usuario/consumidor no puede permitirse el lujo de una ética teórica e independiente de la economía. La supervivencia aprieta y no queda tiempo para imperativos categóricos.
(continuará)