Un policía municipal de
Córdoba reclama la eutanasia para sí mismo. El caso acaba de saltar a los
periódicos merced a la publicidad que un sobrino le ha hecho publicando una
alegoría en su blog, que pueden ver en este
enlace.El resumen del
caso es el siguiente: Francisco Guerrero Rivas es un hombre de 56 años que hace
10 años comenzó a sentir los primeros síntomas de esclerosis múltiple
progresiva. Esta enfermedad le ha conducido en la actualidad a un estado en el
que camina con mucha dificultad, sólo dentro de su casa. Para salir necesita
una silla motorizada. Y tiene además graves dificultades para comer y beber. Su
sobrino, en el blog citado, hace una alegoría de su situación con la de una
persona privada de libertad: El enfermo es un condenado, que para mayor
escarnio desconoce la razón de su condena. Sufre por tanto, el absurdo de no
entender la razón de por qué le ocurre esto a él, en una moderna versión del
Segismundo de Calderón de la Barca. Una condena que se le ha aplicado, además,
sin posibilidad de recurso, y que cada día que pasa se va haciendo más y más
insoportable porque le va privando gradualmente más y más de su libertad. Lo
que pide es que le dejen recurrir la sentencia que le condena, lo cual en la
alegoría es sinónimo de solicitar la eutanasia: Con el apoyo de su familia,
Francisco reclama para sí la eutanasia, que es vista como la única salida a una
vida que ya no quiere ser vivida. La vida se le hace insoportable a Francisco, y
ya no quiere seguir viviendo en esas condiciones. Su familia le da la razón. Le
ven sufrir, pero no saben cómo poder aliviarle el sufrimiento.El problema es que lo
que solicita no es legal en España. La solución a su problema, usando el
recurso de acabar con la vida, no se contempla en nuestra legislación. La
eutanasia, en definición de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, es “la conducta (acción u omisión)
intencionalmente dirigida a terminar con la vida de una persona que tiene una
enfermedad grave e irreversible, por razones compasivas y en un contexto médico”.
Y tal acción está penada por ley, como cooperación al suicidio. Que además de un
delito, no es una acción ética. Porque nadie debe matar a otra persona, aunque
se lo pida por compasión.Por tanto, es
conveniente llamar a las cosas por su nombre. Hay muchas definiciones de
eutanasia (como la “buena muerte”). Se habla de “morir dignamente”. Pero en
realidad, lo que Francisco y su familia piden es que se le ayude a suicidarse. Buscan
el suicidio médicamente asistido. No se trata de aliviar una situación que se
considera insoportable, sino de acabar con ella de forma irreversible.Pero sin embargo, uno
de los instintos que el ser humano posee, como todos los animales, es el de la
supervivencia. Este instinto nos lleva a huir de las situaciones peligrosas, y,
en un plano más espiritual, a buscar la manera de perpetuarnos en el mundo, no
obstante la certeza de la inevitabilidad de nuestra propia muerte, a través de
nuestros descendientes o de las obras que en el mundo dejemos. Por tanto, desde
esta evidencia, hemos de concluir que el deseo de acabar con la propia vida es
patológico, no es natural, y debe ser tratado. Porque el enfermo, cuando pide
muerte, en realidad lo que pide es que le ayuden para evitar el sufrimiento. Y
considera que llegado a un punto de insoportable aguante, la mejor solución es
el suicidio, como forma de acabar con el sufrimiento. Si fuéramos capaces de
aliviar el sufrimiento, el deseo de morir desaparecería.Esto es lo que se ha demostrado en un estudio
publicado en JAMA
(una revista de la asociación americana de médicos) en el 2002. El artículo
analiza la situación de pacientes terminales en relación con el suicidio
médicamente asistido. Y descubre que cuando se presta atención a las razones
que llevan a los pacientes a solicitar la eutanasia, si se dedica atención a
esos aspectos, las peticiones de ayuda al suicidio disminuyen dramáticamente,
hasta llegar a un mínimo 1%. Resulta lógico, pues centrarse más en la atención
al enfermo que en provocarle la muerte. La primera opción supone afrontar la
enfermedad propia o ajena con dignidad. Con la dignidad que poseen todos los
seres humanos, por muy enfermos o limitados que estén. La segunda es lo que
hacemos con los animales.