Evolución de la estética

Por Peterpank @castguer

Cambia la manera de estar el hombre en el mundo y se suceden las civilizaciones. Factores y frutos de esos cambios materiales, la técnica y la ciencia progresan en el dominio y uso de las fuentes de energía. Cambia el modo de comprender esos cambios y las culturas establecen, con religiones y artes contemplativas, los interrogantes y respuestas de la humanidad a los misterios de la vida. Por ser fundadoras de los modos de ser en el mundo, la teología y la estética nacieron juntas y evolucionaron de forma paralela. El conocimiento de este paralelismo cultural puede alumbrar el sentido estético del arte futuro que sustituirá al de ahora.

A la teología natural, la de los dioses griegos, correspondió el dominio estético de la belleza natural, la del cosmos, y su imitación estática por el arte arquitectónico y escultórico de los hombres. A la teología revelada, la de los Libros Santos y la del «Corpus hermeticum», respondió el Renacimiento con la estética de la belleza revelada en las creaciones artísticas de los grandes genios. A la teología sin Dios, la teología negativa y radical derivada del anuncio de la muerte de Dios, correspondió con exactitud la estética sin belleza de la modernidad, la belleza negativa del arte contemporáneo. Falta por saber si a la teología de la liberación, que sucedió a la negativa, responderá una estética de liberación de la belleza de su cautiverio actual.

La teología no es conocimiento de Dios, algo inefable, indefinible e indescriptible, sino un saber decir de la divinidad en el discurso de la lengua o en la vivencia de la emoción mística. La estética tampoco es el conocimiento de la belleza, una idea universal tan inefable como la de Dios, sino un saber decir de lo bello inscrito en el libro de la naturaleza o en la vivencia de la emoción artística. Nada se asemeja tanto a la esencia de la divinidad, manifestada en la creación de lo bello por naturaleza, como la esencia de la belleza expresada en las creaciones del arte genial.

Dios y Belleza dejan de ser inefables cuando son representación de valores. El anuncio de la muerte de Dios no era noticia de un acontecimiento referente a su existencia. Su muerte mundana se confundió con el asesinato continuo de la esencia ética de lo divino, como al mismo tiempo se asesinaba la esencia estética de lo bello. El ateísmo y el gran arte, fundados en la Naturaleza, eran inocentes del crimen deicida que instaló el nihilismo en lo humano, no como imposibilidad de saber algo del mundo, sino como negación de la ética y la estética.

La transición del iluso XIX al terrorífico XX la anunciaron, con la muerte de Dios y de la Belleza, dos genios intuitivos de una modernidad que se avecinaba galopando hacia la deshumanización de la vida y del arte. La teología radical y negativa de «Así hablaba Zaratustra» demandaba la estética radical y negativa de «Las señoritas de Aviñón».

Quien no vea esta simbiosis, entre nihilismo ético y cubismo estético, no comprenderá la universalidad de la tragedia vivida con la geometría cúbica del estado totalitario y el sometimiento del arte a la voluntad de potencia mundana.

Nietzsche representó para la teología negativa de Dios lo que Picasso para la estética afirmativa de la Nada. Éste desfiguró la representación plástica de rostros y cuerpos humanos para esconder todo asomo de humanismo en un mundo sin belleza. Aquél puso en la voluntad de poder de los superhombres la impiedad inhumana de un mundo sin Dios.

Las ideologías totalizadoras agotaron en guerras, holocaustos y campos de exterminio su caudal destructivo de toda forma de humanidad, pero el arte que las precedió y acompañó, salvo el del idiota realismo socialista, sigue destruyendo, con abstracciones del vacío y experimentos de materiales, la posibilidad de un clima cultural donde renazca el gran arte de la belleza.