Evolución II

Por Lasnuevemusas @semanario9musas
Ya había notado tiempo atrás, cuando comentaba acerca de la de las cámaras en el ámbito cotidiano, que para las fotos familiares ya casi no se utilizaban cámaras fotográficas propiamente dichas, sino que todo el mundo saca fotos con sus teléfonos. Pues bien, en estas vacaciones con mi familia, no hemos sido la excepción.

De hecho, hemos cargado con al menos diez aparatos capaces de tomar fotografías. Sí, no exagero, la mitad de ellos se compone de dos de mis cámaras analógicas, y las cámaras compactas digitales, fotográficas y de video (que así como las cámaras fotográficas graban videos, las grabadoras de video también toman fotografías, haciendo estos aparatos cada vez más redundantes). La otra mitad son, por cierto, teléfonos y tablets. Si bien no utilizamos toda esta cantidad de dispositivos para este fin, muchas de las fotos fueron tomadas con teléfonos, recurriendo a alguna cámara digital cuando queríamos guardar el recuerdo con mayor calidad.

Un posible motivo para esta predilección podría ser la comodidad. Más allá del fenómeno de las selfies (el por qué preferimos ese tipo de fotos con sus deformaciones características, a pedirle a alguien que nos tome una foto más decente, es tema para otro artículo), es cierto que siempre tenemos el teléfono más a mano que la cámara. Y todos tenemos uno encima, por lo que no hace falta andar pasándose la cámara para que todos salgamos en alguna foto.

Pero, ¿por qué aceptamos resignar la mejor calidad de imagen que brinda una cámara, en pos de la practicidad del teléfono? Seguramente me dirán que los teléfonos móviles de alta gama poseen cámaras cuya calidad y tecnología supera a las de muchas compactas, pero, por más que quisiéramos, no todos tenemos esos costosos modelos, e igual tomamos fotos con nuestros teléfonos más económicos. Y, por otra parte, supongo que una cámara propiamente dicha puede incorporar ópticas y sensores de mayor tamaño, que brinden mejores prestaciones.

La respuesta entonces puede deberse a que, así como ha mutado la cámara, también ha evolucionado la forma en que consumimos las fotos.

En épocas de la fotografía analógica, era común armar álbumes de fotografías impresas, que pasábamos de mano en mano en ronda de amigos o familiares. El mismo concepto migró luego a la fotografía digital, formando álbumes o carpetas de imágenes. Para verlas, se precisaba de una computadora o un reproductor de DVD y un televisor, frente al cual nos sentábamos con amigos y familiares, de la misma forma que lo hubiéramos hecho con un ya obsoleto proyector y unas cajas de diapositivas.

Internet permitió que publiquemos estos álbumes online, haciendo innecesaria la reunión física (al menos para ver fotografías), y ampliando el acceso a las imágenes a personas radicadas en lugares distantes, que anteriormente sólo podían verlas si les enviábamos copias por correo postal.

Pero los avances en las comunicaciones cambiaron nuevamente el juego, y ahora compartimos las imágenes principalmente a través redes sociales como Facebook, WhatsApp, Instagram, etc., dejando a los álbumes solamente como una forma de organización y archivo. En estos medios prima la inmediatez, por lo que tomar las fotos con el teléfono nos evita tener que esperar a descargar la memoria de la cámara en la computadora (o a revelar y escanear las fotografías analógicas).

Y no sólo eso, las pantallas donde consumimos actualmente las fotografías son, en mayor medida, justamente las de nuestros teléfonos y tablets, por lo que utilizar cámaras que entreguen imágenes de mayor calidad que la que éstos puedan reproducir, no pareciera ser una considerable ventaja.

Y cuando cada tanto vemos una fotografía que se destaca, seguramente es por la calidad del fotógrafo, y no tanto por la de la cámara.