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El planteamiento de Ex machina es muy similar al de Blade Runner, una película que ya fue comentada en esta misma sección. A un poderoso hombre de negocios (Nathan, el propietario de Blue Book, una especie de google) le da por dedicarse a la inteligencia artificial, aprovechando precisamente todo el caudal de información que recibe a través de su buscador de internet. Cuando ha creado un producto lo bastante bueno, decide medir su calidad, y para eso echa mano de uno de los programadores más brillantes de su empresa, el joven Caleb. Lo convoca a su búnker, un lugar perdido entre ríos y montañas, y le pide que compruebe si el producto muestra una inteligencia equivalente a la de los humanos.
Con este fin, Caleb se propone aplicar a la máquina antropomorfa (que se llama Ava y muestra el rostro de una de las actrices de moda, Alicia Vikander) una variante del test de Turing, según el cual una computadora demuestra ser inteligente si hablando con ella, o de algún otro modo interactuando, el humano se muestra incapaz de determinar si se trata de una computadora o de otro humano. En este caso, la particularidad radica en que Caleb ya sabe que se trata de una máquina, lo cual acaso dificulta la aplicación del test.
Caleb se pone manos a la obra a lo largo de una serie de sesiones cuidadosamente escrutadas por Nathan mediante un circuito cerrado de televisión. Ava y el muchacho sintonizan bien y se gustan, con lo que la cosa se empieza a complicar. Además, Ava resulta ser una máquina bastante espabilada y usa sus habilidades técnicas para causar apagones eléctricos, que dejan el circuito de televisión fuera de servicio, y aprovecha esos momentos en que no están vigilados para poner a Caleb en contra de Nathan, acusándolo de hombre malo y mentiroso que pretende manipular a Caleb y, lo que es peor, terminar con la vida (o lo que sea) de Ava.
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En efecto, las semejanzas con Blade Runner son muchas: para empezar, el trío protagonista, compuesto por el poderoso y soberbio creador de robots, luego el hombre humilde que ha de relacionarse con los robots de tú a tú, y, claro está, el propio robot; además, el argumento es similar, porque en ambos casos se trata de sofocar actos de rebelión robótica y así de columbrar los peligros de la inteligencia artificial; similar también es la duda que corroe al hombre humilde, la de si no será él mismo otro artefacto del tipo de aquellos a los que se enfrenta; es análoga la relación afectiva que se establece entre el hombre humilde y el robot; y, en fin, el ambiente en el que se desarrollan ambas tramas es claustrofóbico a más no poder.
Aun así, Nathan ha de conceder mucho de antemano a lo corporal, como él mismo se encarga de explicar a Caleb: si Ava tuviese el aspecto de una caja de cartón (que podría tenerlo), difícilmente se sentiría interesado por ella, y Ava no estaría en condiciones de seducirlo. En cambio, sí lo está, entre otras cosas porque su rostro ha sido conformado a partir del "perfil pornográfico" de Caleb, es decir el perfil que puede trazarse teniendo en cuenta las pelis porno que ve Caleb en internet (Dios mío, lo que pueden llegar a saber de nosotros... mejor no pensarlo). Quizá también por eso, se me ocurre, la relación entre Ava y Caleb tiene lugar siempre con un cristal de por medio que impide el contacto físico; porque, ¿se sentiría igualmente atraído por ella si tocase su cuerpo? ¿Qué tacto tiene ese tejido gris suyo? ¿Será igual de atrayente para la mano que para el ojo? Y esas partes transparentes, ¿qué consistencia ofrecen?
A estos efectos, una escena muy significativa es la de Ava abriendo el armario, esta vez no para buscar un vestido como antes, sino para buscar un brazo de aspecto humano y con él sustituir el suyo roto, o para cubrirse por entero con una piel de aspecto igualmente humano. Ese brazo, esa piel, no son suyos y por la misma razón tampoco son suyos el brazo y la piel originales, puesto que pueden ser sustituidos sin menoscabo alguno. En Ava, la línea divisoria entre lo propio y lo extraño no está entre su cuerpo y la ropa que lo cubre, sino entre su cerebro y todo lo demás, cuerpo incluido. No su cuerpo por tanto, sino un cuerpo cualquiera, uno fungible.
Acabaré retomando algo a lo que ya hice referencia antes cuando comparé Ex machina con Blade Runner. La segunda es una película mucho más sentimental que la primera: son más sentimentales sus protagonistas humanos y lo son también los replicantes construidos por la Tyrell Corporation. El ánimo creador del Dr. Tyrell es mucho más enérgico que el de Nathan, y su pasión por el ajedrez no puede compararse con la de Nathan por la música dance. Caleb también sale perdiendo en la comparación sentimental con Rick Deckard (de acuerdo: también en todas las demás), y ni siquiera la desesperación que muestra Caleb al hurgar profundamente con un cuchillo en su brazo para demostrarse que es humano está a la altura de los sentimientos más contenidos pero más sutiles de Deckard. El propio amor, o lo que sea, de Caleb por Ava es un pálido reflejo del de Deckard por Rachel. Sobre todo, lo que no resiste comparación es la mucha capacidad sentimental de los replicantes con la escasa o nula de Ava o de Kyoko. Por eso, Blade Runner tiene una fuerza narrativa muy superior a la de Ex machina, y por eso es mucho mejor película. Aunque, a saber, quizá la intención de Alex Garland (que desde luego no es un mal guionista), al recurrir a toda esa frialdad con la que inunda su película, ha sido la de mostrarnos precisamente eso: que lo sentimental es un elemento constitutivo de lo humano, que lo corporal también lo es, y que nuestro mundo corre el riesgo de la deshumanización, obsesionados como estamos con un progreso meramente técnico guiado por una razón estratégica que ha olvidado los intereses a los que debe servir. Si así fuera, el mundo de Ex machina sería una distopía, una utopía negativa de la que quizá no estamos muy lejos, y esa frialdad una advertencia crítica y críptica de lo que nos espera y de lo que ya no sabemos si estamos a tiempo de evitar.