La diferencia es que esta vez los gitanos no son el eje central de la película, sino únicamente el punto de partida del argumento: una serie de crímenes cometidos entre 2007 y 2009 contra familias gitanas (algunas de ellas en fase de integración, auqne sea precaria), que fueron asesinadas sin contemplaciones y sin que trascendiera la existencia de un grupo parafascista o racista. Se trata de sucesos que todavía no han quedado aclarados (a día de hoy los sospechosos siguen pendientes de juicio), pero lo importante es que han servido a Fliegauf para componer una reflexión sobre la fragilidad, el desamparo y las consecuencias de una existencia en permanente amenaza. Solo el viento es un filme que exhibe un esquema narrativo bien definido y mejor desarrollado, encajado con habilidad en la anécdota que pretende contar. Para empezar, la abundancia de planos por la espalda de todos los protagonistas durante sus desplazamientos (ya sean urbanos o por los bosques): se trata de un recurso cinematográfico que se utiliza para transmitir vulnerabilidad, ya que el espectador tiende a pensar que en cualquier momento irrumpirá algo amenazante. El uso casi constante que hace el director de este tipo de plano acaba provocando una tensión insoportable en el espectador (y que es, a mi entender, el objetivo principal de la película), transmitiendo con eficacia las sensaciones que provoca vivir siempre con miedo. El segundo recurso es un despliegue de las diferentes tramas narrativas deliberadamente lento: la cámara va siguiendo alternativamente a cada uno de los miembros de la familia protagonista a lo largo de un día completo, y a cada momento pensamos que es ahí --en cada silencio, en cada mirada, en cada recodo-- donde se desencadenará la violencia que anuncia el argumento desde el primer minuto. El resultado es un filme incómodo para el espectador que consigue sus objetivos sin apenas recurrir a efectismos visuales (escenas de violencia) o dramatismos (recrearse en las injustas condiciones de vida de los gitanos). Y no voy más allá para no arruinar la experiencia a los que quieran ver la película.
Y es que, como se encarga la película de explicar en una escena explicativa al más puro estilo clásico y artificialmente insertada, el hecho de que se ejerza una violencia sistemática contra un grupo minoritario (en este caso los gitanos) lleva a pensar inmediatamente que detrás hay una motivación racista; pero el hecho de que no se reivindique (como es el caso de estos crímenes) deja el mensaje a medio comunicar y provoca aún más inquietud que la violencia por sí sola. Más aún que las agresiones racistas, tememos la violencia gratuita, la que no tiene razón ni explicación racional. Los sucesos que narra Fliegauf se sitúan al borde mismo de la paranoia, porque no hay nada que la justifique (aunque sea mediante una premisa falsa, errónea, sesgada, estúpida, insostenible y/o repulsiva). Necesitamos un motivo para todo, incluso para lo más abyecto, porque de lo contrario nos entramos en una espiral de pánico constante, la misma que experimentan los gitanos en la película.
Solo el viento no es un alegato al uso sobre el racismo, ni la violencia, ni siquiera una reivindicación --ni humanista ni cabreada-- sobre las desigualdades o las injusticias sociales; se trata de un ensayo muy original que pretender transmitir la experiencia de vivir bajo la amenaza incesante de la agresión, pero no porque lo que hagas o digas provoque malestar o airadas reacciones en contra, sino por el hecho mismo de ser como eres. No era un reto fácil, pero Fliegauf sale con buena nota del intento, y con el Gran Premio del Jurado en Berlín 2012 bajo el brazo.