Experimento vacacional

Por Blogtpl

Se abre la puerta. Los dos mayores se abalanzan dentro. Yo no me puedo mover. Llevo a la pequeña en brazos y tres o cuatro bolsas colgando. Había conseguido liberar una mano para sacar las llaves, pero el resto del brazo está atascado y a punto de dislocarse por el peso de todo lo que llevo. Mi marido está abajo, intentando sacar todo lo que hemos traído. Se hará de noche antes de que acabe. Empiezan las vacaciones.
Los niños recorren todas las habitaciones de la que será nuestra casa las próximas tres semanas. Sé lo que buscan. Y sé que no lo van a encontrar. Me preparo.
“¿Dónde está la tele?”. Ya está. Se han dado cuenta. Yo lo pregunté antes de venir porque al ver las fotos me temí la respuesta. No estoy preparada. Dudo. Quiero llorar. Me quedo muda.
“No hay tele. Este verano nos vamos a divertir sin tele y sin dibujos”. Eso lo dice mi marido que acaba de llegar con la primera tanda de maletas. Sí, eso ha dicho. Sin reírse y sin temblar. Porque lo piensa. Me dijo lo mismo a mí. Según él, nuestros hijos ven muchos dibujos y estamos ante una ocasión única de quitarles el vicio. O sea, nada de dibujos. Ni en la tele, ni en el ipad, ni en el ordenador este verano. A pelo. ¿Para qué tanta tecnología entonces? Pero si hasta en Cuéntame pusieron tele.
“Hemos traído un montón de cuadernos para pintar. Y jugaremos a muchas cosas. Ya veréis que bien nos lo vamos a pasar”. La que habla ahora soy yo. Mi voz no puede sonar más falsa. No me lo creo que ni yo. A quién se le ocurre. Sin dibujos. En vacaciones. Y con nosotros. Aún, si estuvieran con los abuelos…No voy a aguantar. Pero que no se diga que no colaboro. Esto caerá por su propio peso.
Total que esa noche con los cuadernos y las pinturas salimos airosos. De hecho, parece bastante fácil. Claro, los niños están cansados. El caso es que pintan contentos.
A la mañana siguiente, al salir a la calle, busco un chino. Enseguida veo uno y, oh, qué ven mis ojos, encuentro un Tiger. Arraso. Tal vez lo consigamos, pero no va a salir barato.
Mis hijos no echan la siesta. Pero yo sí. No perdono. Los dejo en manos de su padre, que para eso la idea brillante ha sido suya. Cuando me despierto, a mi marido se le nota el cansancio pero sonríe ante su éxito: han bailado, jugado, cantado… vamos, que la creatividad de mis hijos ha subido unos puntitos mientras yo sobaba tan tranquila. Por la noche, mi querido esposo se relame en su triunfo. Ya se ve escuchando el discurso de su hijo recogiendo un importante premio: “Gracias a mi padre por enseñarme a vivir sin dibujos y fomentar mis talentos”.
Tres días después, la casa está llena de cuadernos, lápices, recortables, plastilina, puzles y todo tipo de objetos a un euro. Hace malo. Los niños se aburren. Reclaman dibujos. Yo me voy a la siesta. Uy, lo que oigo: “Bueno, os pongo unos dibujitos en el ordenador que hoy papi está muy cansado”. Jaja, victoria. Todos sabemos que ya no hay vuelta atrás.
Efectivamente, a partir de ese momento, se acabó el experimento. Peppa Pig y sus amigos han vuelto a formar parte de nuestra familia. Y tan contentos. Mi marido ya no dice nada de sacar los dibujos de nuestras vidas. Yo no hurgo mucho en la herida, no sea que lo vuelva a querer intentar.

“Tampoco ven tantos” le oigo decir en sueños. Claro que no. Seguro que nos mencionan cuando les entreguen el premio.