Exposición de Berthe Morisot en el Thyssen: La pincelada larga de la mujer de negro

Por Asilgab @asilgab

La pincelada larga que marcha rabiosamente adherida a una intensa paleta de colores (que contrasta con su costumbre de vestir de negro), describe como infinitos mensajes la vitalidad trepidante de sus obras, que a veces también se transforman en una sensualidad pálida e íntima que capta el recogimiento de un instante único por su capacidad para transmitirnos las sensaciones más puras de aquello que vemos. Esa necesidad de hacernos llegar a todos los recovecos de su mundo interior, consigue que sus obras sean una espléndida forma de transitar al unísono por su vida privada y su carrera artística. Y es esta circunstancia, la que de una forma inteligente ha aprovechado la comisaria de la exposición, Paloma Alarcó, para presentarnos las 40 obras que se exhiben en el Thyssen hasta el próximo 12 de febrero, lo que unido al acierto de su división en diferentes etapas que se caracterizan cada una de ellas por el valor intrínseco de mostrarlas como oposición a cuadros significativos de otros artistas de esa misma época (p. ej.: Corot y la pintura al aire libre o Manet y el retrato íntimo), hacen de esta muestra una magnífica ocasión de repasar, aunque no sea de una forma profusa, la biografía de un movimiento pictórico como el impresionismo, que a finales del siglo XIX se opuso a la pintura hasta entonces establecida.

Ese valor de ruptura con la época que le tocó vivir, hacen que Berthe Morisot se convierta en un estandarte innovador y rompedor con el mundo existente en el siglo XIX. Una mujer pintora entre hombres (Corot, Manet, Degas, Monet, Boudin, Renoir y Pissarro), que supo transmitir a su vida y a sus lienzos una fuerza, que unida a la entereza y firmeza de sus convicciones como mujer y artista, dieron como resultado una extensa obra que hoy en día sale de nuevo del injusto ostracismo al que se vio sometida en el siglo pasado, y que en marzo de 2012 de nuevo verá la luz en una magna exposición en el Museo Marmottan Monet de París. Olvidos innecesarios aparte, la exposición que estos días nos ofrece el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid, se inicia con la enigmática El espejo psiqué, donde ya podemos apreciar la intensidad de su pincelada y el mimetismo que desprende la figura de una mujer ensimismada ante el espejo, que nos transmite como nadie, la sensualidad e intimidad pigmentadas de una pureza casi nívea por el color blanco en sus diferentes matices que Morisot ha elegido como contrapunto a un suelo de tintes rojizos.

Dicen que el color negro es sinónimo de elegancia a la hora de vestir, y ese era el color preferido de la pintora impresionista Berthe Morisot a la hora de ponerse un traje, y quizá por eso, buscó en el contrapunto de los colores del impresionismo la fórmula de acercarse a ese otro universo personal, que aparte de la moda, era la pintura para ella, en la que también encontramos unas espléndidas y coloristas imágenes de parques y jardines, que son sin duda su expresión más típicamente impresionista, y que como un cliché estético que busca el clasicismo académico impregnado de una naturaleza colorista, se transforma en una sosegada observación del cuerpo femenino en La pastora tumbada, que junto a La pastora desnuda tumbada nos transmiten ese equilibrio natural de la figura de una mujer observada por la cálida mirada de otra mujer, consiguiendo que ese cuerpo se acople perfectamente con la naturaleza, como si ambas se necesitaran y se buscaran mutuamente.

No obstante, la parte más íntima de su obra es la que aborda los cuadros donde pinta a su marido Eugéne Manet o a su hija Julie, como muestras de esa simbiosis perfecta entre vida y obra, a la que sin duda también le ayudó su posición social (que supo aprovechar) y su inmediata aceptación e incorporación al movimiento impresionista, en cuyas exposiciones anuales en el Salón de París casi siempre estuvo presente, lo que la llevó a ser reconocida en vida, y a que muchos de su coetáneos suspiraran por ella, a lo que sin duda contribuyó su prolongada soltería como un símbolo más de su rebeldía ante las costumbres de los tiempos que la tocaron vivir. Enigmático y firme se alza la figura y el recuerdo de Berthe Morisot, sin duda, una adelantada a su tiempo, que ahora tenemos la oportunidad de disfrutar a través de su obra, que como un estandarte cargado de pinceladas largas definen la trayectoria de esta gran dama de la pintura a la que se conoció como la mujer de negro.

Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.