Por Noni Benegas
El impluvio es un estanque para recoger agua de lluvia, ubicado en el centro de las casas romanas antiguas. Un patio a cielo abierto que propicia el diálogo entre el interior de la casa replegada sobre sí, con las fuerzas del exterior, es decir, de la naturaleza: luz, aire, tormentas. Pero si esa abertura enclavada en el corazón mismo del edificio aparece protegida por los cuatro costados con hojas de cristal, tal como en ésta galería, ¿cómo no pensar entonces en la cámara interior de los templos clásicos; la cella romana flanqueada por columnas, o el sancta santorum de los egipcios en completa oscuridad, que guardaban las imagen de culto y también las ofrendas a esas deidades particulares, en una palabra, el tesoro?
Sobre estas dos ideas: el patio o respiradero abierto al cielo, y la cámara central de un templo sólo accesible a los iniciados, descansa la instalación de Susan Nash.
¿Y porqué de los Condenados? Por el libro homónimo de Charles Fort, publicado en 1919 en Nueva York, que recoge mil y un fenómenos reales pero insólitos, ocurridos a lo largo del tiempo, que las ciencias han preferido dejar de lado. Fenómenos que hacen tambalear las fronteras entre realidad y ficción: lluvia de ranas en el desierto y aguaceros de sangre, reptiles e insectos en ciudades europeas, caída de masas de jade en bruto en Jamaica y chubascos de seda en Pernambuco… Sí, pero también lluvia de granos en Persia, por caso, que han alimentado a la gente y el ganado, una suerte de maná no circunscrito a un pueblo “elegido” por voluntad divina, como cuentan los relatores de la Biblia.
¿Y los seres de la noche, de las tuberías? Esas súbitas descargas, o la paciente segregación de jugos gástricos de un volumen animado por el rumor de sus conductos; volumen que respira, exhala humos y aliento, y bombea como un cuerpo mayor que nos envuelve…
Sensaciones que estimulan la imaginación y crean mundos paralelos, al igual que el sueño libera de las prohibiciones del diurno y abre las esclusas para dar paso a mundos donde el deseo y la realidad se funden sin interrupción.
De igual manera, el Impluvio de la galería Bop se convierte, por obra de Susan Nash, en un respiradero mental que prolonga visualmente esos mundos paralelos en la realidad de éste. Revestido del ambiguo, intermitente, y por tanto peligroso amarillo, pone en escena representaciones de cosas que, aunque han sido extraídas del desván de los deseos, aparecen flamantes: joyas del tesoro con su carga intacta, su energía y su capacidad de ensueño vivas. Cosas que vencieron, ahora triunfantes, desordenadas en un nuevo orden. El orden del arte.
Hasta el 2 de junio.
ESPACIO BOP
C/ Juan de la Hoz, 22
28028 – Madrid