Hace algunos días hubo un evento público donde se abordó el tema de conservación desde un punto de vista político. Estuve a punto de ser ponente en la misma, sin embargo mi participación finalmente no se dio debido a que lo propuesto estaba muy fuera del marco de pensamiento regular de los asistentes. Lo que traducido significa que la gente fue a escuchar algo con lo que ya se siente cómoda. Propuse a otra persona como ponente y tampoco fue seleccionada por considerársele muy ‘radical’. Entendería algo así si se tratara de un evento de producción de políticas públicas, o de aplicación directa, pero creo que es inconcebible que se manejen estos argumentos en un ejercicio puramente intelectual.
Diseñados para no durar
Mi charla empezaba por abordar el tema de la obsolescencia, que es el mecanismo mediante el cuál se reduce el periodo de vida útil de un producto o servicio. ¿Por qué alguien quisiera hacer algo así? Pues para poder vender más y obtener más ganancias, aunque eso implique generar más desperdicios, contaminar el medio ambiente, desperdiciar el tiempo de los trabajadores y estafar al cliente.
Packard considera que existen tres tipos de obsolescencia:
“Puede haber obsolescencia de función. En esta situación, un producto existente se convierte en obsoleto cuando se introduce un producto que lleva a cabo una mejor función. Obsolescencia de calidad. En este caso, de forma premeditada, se planea el tiempo en que un producto se rompa o desgaste, por lo general no es demasiado tiempo. Obsolescencia de deseabilidad. En esta situación, un producto que sigue siendo sólido en términos de calidad o de rendimiento, se torna obsoleto en nuestra mente porqué una cambio de estilo u otra modificación hace que sea menos deseable”
Las “mejores” empresas son expertas en el manejo de estas estrategias. Apple, por ejemplo, fabrica productos seriados con pequeñas mejoras que promueven una obsolescencia de función y de deseabilidad, y en general, todas las mayores compañías de fabricación de aparatos eléctricos usan la estrategia de la obsolescencia de calidad. Sea por la duración de la bateria o el número de veces que podemos usar un cartucho o prender un foco. Hay tanto material que han sido capaces de crear un documental al respecto.
El asunto es que esto es un problema enorme para el medio ambiente. Hemos diseñado un sistema económico que se especializa en la extracción de recursos que han tomado miles o millones de años en formarse para insertarlos en un aparato que tendrá una duración de apenas meses. Y si bien en Ecuador todavía no existe una cultura de consumo tan acentuada como en Europa o Estados Unidos (donde la regla no es arreglar las cosas sino comprar nuevas), poco a poco se ha sentido el incremento en la cantidad de desechos de las principales ciudades del país, según comenta Fernanda Soliz.
Internet y consumo
La red de redes ha provocado muchísimos efectos sobre el consumo y el metabolismo de los desechos, y no voy a siquiera intentar afirmar que el internet tiene un efecto positivo. No lo sé. Pero lo que internet ha permitido es el florecimiento del diseño industrial comunitario. Y qué mejor ejemplo de esto que la campaña viral que se ha tomado la red durante el último mes.
Phoneblock propone crear “el último teléfono celular que tengas que comprar en tu vida”, un aparato adaptable a las necesidades del usuario y que puede reemplazar sus partes deterioradas o averiadas. Realmente recomiendo ver el video de tres minutos posteado arriba (no olvides activar los subtítulos en español). Y aunque phoneblock nace como un concepto, Motorola ha anunciado ya su intención de fabricarlos.
El trabajo de Marcin Jakubowski con maquinaria industrial maneja una lógica similar. En sus propias palabras:
Me di cuenta que las herramientas adecuadas, económicas, que necesitaba para empezar una granja y un establecimiento sostenibles simplemente no existían. Yo necesitaba herramientas robustas, modulares, altamente eficientes y optimizadas, de bajo costo. hechas de materiales locales y reciclados que duren toda la vida, no las diseñadas para la obsolescencia. Me di cuenta de que tendría que crearlas yo mismo. Así que hice precisamente eso. Y las probé. Y hallé que la productividad industrial puede lograrse a pequeña escala.
Él no bromea, ha reducido el costo a un octavo del precio de mercado (consideren que en Estados Unidos estos vehículos son mucho más baratos que en Ecuador, aquí en su mayoría deben ser importados y pagan una gran cantidad en aranceles) y ha aumentado la durabilidad de sus productos cinco veces en promedio.
Es la regla, y no la excepción, que el diseño comunitario sea de mucho mejor calidad en términos de responsabilidad ecológica y de verdadera eficiencia económica (óptimo uso de materiales y de horas de trabajo). Gracias a internet el diseño abierto se ha difundido por doquier y los repositorios públicos sólo aumentan en número de diseños y calidad de los mismos, como muestra un estimado reciente.
Una política del compartir
Créanlo o no esto ha ocurrido a escala mundial no debido al apoyo estatal sino a pesar de la legislación al respecto. El diseño industrial ha sido secuestrado dentro de los convenios de comercio internacional, los dibujos y modelos industriales deben gozar de protección por un plazo mínimo de 10 años, y las invenciones mediante patentes un mínimo de 20 años. Y estas son normas que están bastante pasadas de moda. Actualmente hay tratados que buscan extender estos plazos a cerca de 75 años después de la muerte del titular.
Debe entenderse que los desarrolladores de hardware libre lo pueden hacer sólo sobre modelos libres pre-existentes y que existe un hábito recurrente en la industria, el de patentar inventos para detener la innovación y sostener sus productos en el mercado. El hurto de diseños es también una práctica común. Y lo peor de todo esto es que muchos de los inventos que actualmente se encuentran en manos privadas, han utilizado fondos públicos durante su desarrollo.
Una extraña forma de cuidar el medio ambiente, es promover que TODO invento que utiliza fondos públicos sea liberado mediante una legislación que convierta al producto en dominio público, que lo publique en la red y obligue a que cualquier producto derivado tenga la misma naturaleza. Es un abuso que productos que podrían disminuir el consumo de combustibles fósiles o mejorar el uso de suelos en la producción agrícola (con una disminución del impacto ambiental) estén en manos privadas. Es un delito. Es una estupidez.
Es momento de demandar que el conocimiento se libere y de hacer una auditoria a los gobiernos y corporaciones que mantienen una deuda enorme por promulgar y defender el extractivismo del conocimiento.