Llamamos para reservar una hora antes de la deseada, pero no habría hecho falta. Nos sentamos en la terraza, bien preparada para las posibles lluvias. La carta, amplia, plagada de platos tradicionales. Por supuesto, queríamos probar la fabada, pero no queríamos desaprovechar la oportunidad probar algo más. Nos decantamos por unas anchoas en aceite de oliva, que venían acompañadas de un par de trozos enormes de queso calientes, aunque no lo advertían. Afortunadamente, no olía mucho, así que pudimos comérnoslas sin problema. La ensalada que las acompañaba, estaba exquisita.
Pedimos también unas cebollas rellenas. Esperábamos recibirlas después de la fabada, pero no, nos las pusieron como entrante, delante de ella. Estaban riquísimas. Habitualmente las habíamos probado rellenas de carne, pero en esta ocasión eran rellenas de atún y no desmerecían en absoluto.
Y por último, la esperada fabada. Estaba muy suave, sin sensación de grasa, con morcilla y chorizo que, aunque estaban potentes cuando se comían, dejaba un pelín soso el conjunto. Aún así nos supo a gloria.
De postre, nos ofrecieron únicamente arroz con leche y helado de kiwi, así que, pasamos.
Al final, la cuenta ascendió a 57 €; cada plato era 1 € más caro por estar en terraza y las anchoas solo eran ya 19 €. La fabda no es la mejor del mundo y el precio es bastante caro para estar en Asturias (17 euros) pero una calidad bastante decente.
Fabada I: La máquina de Lugones