Hace escasos momentos me han comunicado el fallecimiento de Alejandro Pérez Verdú. Un eldense que marchó de su pueblo siendo muy joven y que siempre soñó con su querida Elda. Para los que no lo conocieron debemos resaltar aspectos de su vida que han dejado una profunda huella en nuestro pueblo. Alejandro, “el que puso alma a las piedras”, como en una ocasión se le calificó por transformar en obra de arte su trabajo sobre bloques de granito. El hombre que hoy nos deja fue el que un día realizó el monumento al zapatero y aprendiz que se instaló en un recogido rincón de la Plaza del Zapatero. En el momento de su despedida recordamos cómo lo conocimos y cuál fue su generoso ofrecimiento. Alejandro vivió su niñez y temprana juventud entre Elda, su ciudad natal, y Las Casas del Señor, donde residía parte de su familia; trabajando de pastor se entretenía en moldear y esculpir objetos sencillos de la vida cotidiana. Por las necesidades familiares, no pudieron prescindir de él como soporte económico y creció sin haber pisado una escuela, esto lo digo para resaltar la ejemplaridad de un hombre que tenía unas cualidades innatas, que lo hubiesen aupado a cotas mucho más importantes, si hubiese contado con la formación y la cultura que hoy se les da a todos, pero en otra época de nuestra historia, solo era un privilegio de unos pocos. Verdú marchó para hacer el Servicio Militar obligatorio a la bella isla de Menorca, y a pesar de sus limitaciones, en cuanto al estudio se refiere, pronto se granjeó el respeto y la admiración de sus superiores, que le encargaban monumentos funerarios. Alejandro, antes de terminar la “mili” ya era conocido como artista en su tierra de acogida. Allí encontró al amor de su vida, a su esposa Isabel, y en Es Mercadal creó su propia familia. Durante mi amistad y admiración por la obra de Alejando Pérez, siempre me hice la misma pregunta ¿el artista nace con un talento especial o se puede aprender a ser artista? La respuesta puede encerrar dos versiones: los que creen que ser artista es tener un don innato y los que defienden que con una buena formación se puede llegar al mismo fin, que no era el caso. Alejandro, desde temprana edad se les notaba predestinado al arte, creaba con facilidad, desarrollando con nitidez ideas que llevaba a la práctica y cautivaba al público que reconocían su talento. Un determinado día del mes de abril de 1996 recibí la llamada de nuestro genial escultor para hacerme entrega de una de sus obras, una bota de media caña que le había inspirado un viejo calzado desechado. Una bota que reprodujo con sus roturas y desperfectos. Me llamaba para hacer entrega de esa obra al Museo del Calzado, pero también para proponerme lo que sería el “sueño de su vida”, realizar una talla de un zapatero de silla y un aprendiz, como regalo y homenaje a Elda. El sueño de su vida Me trasladé a Menorca, esa bendita tierra con la que por razones familiares también yo mismo fui cautivado. En un acto sencillo, pero solemne, me hizo entrega de ese legado para un museo que ya llevaba cuatro años abierto al público en el Instituto de La Torreta de Elda. En la isla “blanca y azul” recorrí varios lugares para admirar sus tallas. Una preciosa fuente en el centro de la ciudad de Alaior; una pila bautismal en la iglesia de Fornell; la talla del almirante Farragut frente al hotel que tiene su nombre; también algunos monumentos funerarios en el cementerio de Mahón, entre otros. Quedé francamente cautivado por su talento artístico y su sencillez en el trato, la ausencia de vanidad de un hombre que siempre agradecía sin esperar nada a cambio. Alejandro Pérez Verdú me propuso trasladarse a Elda y aquí realizar su talla. Para eso solicitó dos bloques de piedra caliza de casi dos metros de alto cada uno y metro y medio de ancho. Ese fue el primer paso. Abrimos una suscripción pública y con la ayuda excepcional del semanario Valle de Elda fuimos dando cuenta de las aportaciones que los eldenses, o aquellos que decidían ayudar a esa obra, ingresaban cada semana en una cuenta bancaria abierta al efecto. Alejandro tuvo el material depositado en la “Casa Colorá” y desde allí trabajó en largas jornadas para que casi un año después, su obra estuviese lista para ser inaugurada. El sueño de su vida estaba a punto de tomar forma ¿y quiénes mejor para representar sus anhelos, recuerdos e ilusiones que un zapatero trabajando en su silla y auxiliado por un aprendiz? Anécdotas Podríamos llenar páginas de las muchas anécdotas que surgieron en aquellos meses de intenso trabajo. Las tallas que figuran en la gran peana donde descansa el monumento están representadas por las manos de un cortador y de una aparadora realizando sus tareas. Para representar aquellas sublimes figuras recurrí a mi amigo y pintor Patrocinio Navarro que no reparó en dar sus mejores bocetos para esta obra. Ese monumento que cada día es observado por cientos de eldenses que pasan junto a él se realizó sin dibujos, sin medidas de sistema alguno y sin apuntes de ningún tipo. Alejandro simplemente, a palmos y a dedos, iba golpeando la piedra en busca de lo que deseaba obtener. Verlo trabajar cada día con el martillo y el escoplo era algo digno de la mayor admiración. Ver cómo sacaba de las piedras las figuras: la mesilla o las sillas de los trabajadores, los zapatos a medio hacer, las herramientas y ¡hasta el botijo!. Algo inaudito que, ni comprendía entonces, ni comprendo ahora, cómo aquel hombre humilde podía crear de la nada, de una simple piedra, unos símbolos tan importantes para Elda, nada menos que el principio de nuestra industria, personas y trabajos con los que él soñaba cada día. Para tallar la cara, las manos y las dimensiones de los personajes de su obra, Alejandro se palpaba su rostro y trasladaba a la piedra blanca las “medidas” de su propia imagen. El respeto que merece un genio El zapatero y el aprendiz no serían tan geniales si Alejandro hubiese contado con los conocimientos que ilustran académicamente a los artistas de Bellas Artes, pero nuestro querido amigo todo lo generaba, lo improvisaba y lo intuía. Muchas veces me he parado ante ese monumento tratando de recordar cómo llegaba a hacer ese o aquel detalle, cómo se las ingeniaba para que no se produjese una sola rotura en un monumento que tiene partes muy difíciles de tallar y frágiles. Era tal el amor a su ciudad de nacimiento, el respeto por su industria que conoció casi en sus albores, que creo sinceramente fueron esenciales para terminar con éxito aquella obra que debemos saludar como la culminación de una vida de añoranza por su pueblo y su calzado. Contemplar hoy ese monumento nos debe sobrecoger, no tanto quizá por el valor artístico que indudablemente lo tiene, sino por el esfuerzo del hombre que lo realizó. Hace poco más de un mes, y como si de una premonición se tratara, pidió a sus hijos que lo llevasen a Elda para despedirse de sus hermanos, pero también para pasear por última vez por sus calles, hoy tan distintas a las que conoció. Se detuvo ante el monumento que esculpió y por unos instantes recobró con nostalgia aquellos duros pero felices días pasados entre sus paisanos. Alejandro Pérez Verdú, Elda siempre te estará en deuda. Las generaciones pasarán, pero ese monumento seguirá ahí como testimonio de tu amor a la ciudad y a su industria zapatera. Muchas gracias y Descansa en Paz querido amigo.