Fastvínic

Por Jgomezp24

Digamos que el diseño y las marcas, per se, no me dicen nada. Digamos (aunque alguno no se lo crea) que antes de entender de verdad qué significaba Monvínic tardé unos cuantos meses. Me echaban para atrás, casi me intimidaban, los uniformes, la decoración, cierto tipo de gente que solía encontrar allí...hasta que descubrí el alma del local: los que lo han hecho, los que trabajan en él y su pasion por el vino y por la gastronomía. A partir de ese momento, me siento y me hacen sentir allí como en casa. Digamos que con Fastvínic me ha pasado algo muy parecido pero con un desencuentro mayor. Estuve cuando abrió y me colapsé: por la gran cantidad de gente, por el ambiente casi claustrofóbico (yo lo soy...) que supone la circulación por el local, por la iluminación nocturna, por los vasos en que se servía el vino...

Me dije: "hay que darle tiempo al local, tú tienes que darte tiempo para entender de qué va". La segunda ocasión en que estuve, salí casi igual. Cometí el error de ir solo y casi tengo que hacer un curso de especialización para entender el mecanismo del servicio, el del pago de la comida, el del vino y su propia tarjeta de pago. Por no decir que no me hacía a la idea de los vasos, todavía. Y que, además, tenía casi que dislocarme el cuello para intentar combinar los bocadillos que se me ofrecían (o explicaban) en una pantalla y los vinos, que se mostraban en otra pantalla, 90º oeste. El local, con todo, mostraba ya una de sus grandes bazas: lo que se sirve, aunque todavía algo desigual, empezaba a gustarme bastante o mucho, siempre con productos muy cercanos y de exacta trazabilidad. Pongamos esta ensalada de lentejas como ejemplo, deliciosa, bien aliñada, con contraste de fruta y de verduras y un tomate (en invierno...) convincente. Pongamos otro ejemplo, que no me convenció tanto: un bocadillo de pies de cerdo con espinacas baby, que falla en el tipo de vinagreta que, en mi opinión, tendría que ensamblar el conjunto.

Me repetí: "vamos a darle una tercera y última oportunidad". Esta vez con la familia y en horario sabatino. Tranquilidad y bonita luz en la ciudad que se transmitía, no sé cómo, al local. Entramos, pedimos, nos sentamos, esperamos nuestros bocadillos y ensaladas. Había poca gente hasta que entraron otras dos familias con niños pequeños. Sin apensas darme cuenta, empecé a sentirme cómodo en el local. La selección musical es extraordinaria y por primera vez podía oirla con calma y en esplendor. Me repanchingué en el asiento, mi espalda tocó la pared, mi nariz se asomó a un La Lluna La pruna 2008 (samsó y monastrell del Penedès, de Alemany y Corrió) y el vaso, por primera vez, me dejó entrever los matices de este buen vino (fresco, con aceitunas negras tipo Kalamata, ciruelas, muy agradable). Una niña cogió uno de los rotuladores que cuelga de una larga pared-pizarra y empezó a dibujar en ella. Llegó un extraordinario bocadillo de tibia perdiz en escabeche, envuelta en crujiente pan rústico (en la foto). Mordisco, vino, música, conversación relajada. De golpe percibí la amabilidad del local, la caricia y naturalidad de sus materiales (te envuelven), la sensibilidad de quien ha pensado los bocadillos (el susurro de la tierra cercana en ellos), la preparación de quien ha escogido los vinos y la inteligencia de quien se dedica, con tesón, a contar cuantos cochecitos con niños pequeños pasan por Fastvínic. Y, por primera vez, me sentí cálido, confortable, cómodo, bien acogido en él, comiendo y bebiendo a gusto.

Que nadie busque en Fastvínic un alterego decorativo, más barato y alternativo de Monvínic. En Monvínic se puede comer un platillo y una copa de gran vino por 20€. Y en Fastvínic, ese último día, comimos por 15€ por cabeza. La diferencia no está en el precio. Está en el tipo de sensaciones que te transmite el local. Vibras con cosas distintas, con otro tipo de comida, con otro tipo de utensilios, con otro tipo de compañía y otro concepto de local. Lo más importante: vibras porque sintonizas. Eso me pasó a mí. Por supuesto: hay cosas que mejorar y arreglar. No todos los panes están a un mismo nivel. La idea del vaso, si fuera un "impitoyable", sería genial. Los postres suenan todos demasiado igual y, sinceramente, les falta "un hervor". La carta de los vinos tiene que poder leerse en el mismo momento en que estás eligiendo la comida. Y el proceso por el que lo que has pedido llega a tu mesa, con el vino que has elegido y te has puesto tú mismo, es algo complejo. Ahora sé que funciona bien con poca gente, pero no estoy tan seguro de que aguante cierta aglomeración.
Todo esto no me preocupa. Sé que el hombre que cuenta cochecitos y su gente piensan constantemente en cómo mejorar lo que han empezado. Y yo sé ya por qué he empezado, también en Fastvínic, a sentirme como en casa. Cuando marchábamos, miré a los ojos de la sumiller que nos había presentado los vinos (ese sábado, ella y su compañero, a los que no conocía de nada ni ellos a mí, lo hicieron con paciencia con todo el mundo) y le pregunté, casi a bocajarro (aunque con una sonrisa...), para que no pudiera meditar la respuesta: "¿te sientes a gusto trabajando aquí?" Sonrió y asintió. Yo también salí con una sonrisa de satisfacción.