Film noir forever: Historia de un policía (Flic story, Jacques Deray, 1975)

Publicado el 13 enero 2014 por 39escalones

Uno de los aspectos más apasionantes del cine negro -o, teniendo en cuenta el origen francés del término, el film noir- es la retroalimentación de las relaciones literarias y cinematográficas de esta corriente a ambos lados del Atlántico, en especial entre Francia y los Estados Unidos (o a tres bandas, incluyendo en ocasiones a Japón). En el caso francés en particular, la tradición negra corre paralela a la estadounidense, gozando de plena salud hasta bien entrados los años setenta o incluso con breves destellos posteriores. Uno de los directores más presentes en esta época del neo-noir francés es Jacques Deray, autor de algunos de los clásicos de esta fase, casi siempre acompañado de rostros populares del cine policíaco y de acción francés de aquellos tiempos, como Jean-Paul Belmondo, Alain Delon, Lino Ventura o Jean-Louis Trintignant. Delon y Trintignant, precisamente, coprotagonizan Flic story (el título en inglés, sin duda, otra sinergia entre tradiciones negras franco-norteamericanas), en España Historia de un policía, título dirigido por Deray en 1975 a partir de un guión propio y de Alphonse Boudard que a su vez adapta un libro escrito por Roger Borniche, un policía francés que llevó sus experiencias al papel.

Roger Borniche (Alain Delon) es un atípico policía francés de 1947, tan sólo dos años después de la liberación de Francia del yugo nazi. Joven, talentoso, ambicioso y perspicaz, su punto fuerte son la verborrea que emplea con los criminales, sus dotes de persuasión, su capacidad para amedrentarlos y su cintura para negociar (o, directamente presionar, a veces incluso chantajear) con detenidos y superiores las vías más adecuadas para hacer pagar a los culpables de la manera más eficiente y productiva para la policía. Eso le ocasiona tiras y aflojas continuos con sus superiores, pero también le proporciona simpatía, comprensión y respeto por parte de los criminales. Además de todo eso, Borniche raramente porta armas o hace ostentación de ellas, por lo que es tenido entre compañeros y contrarios como un tipo razonable que entiende sus límites y los de la ley. Por el contrario, Emile Buisson (Jean-Louis Trintignant), es un duro delincuente fugado que desea proseguir con su carrera criminal, además de vengarse de unos cuantos traidores que lo llevaron entre rejas. En cuanto pisa la calle, elimina a un delator (un acordeonista de un local de bodas y fiestas), rehace su banda de atracadores y comete un par de robos violentos que acaban con muertes. Ese es el punto flaco de Buisson, que tira de gatillo fácil: no sólo sus acciones terminan casi siempre en un baño de sangre, sino que incluso sus compañeros, aquellos que dudan, son demasiado tibios, o de los que sospecha una posible traición, son pasaportados sin miramiento, a veces incluso mientras aprovechan una parada del coche en el arcén de la carretera para vaciar la vejiga. La película no tarda en centrarse en el enfrentamiento entre Borniche y Buisson, y no sólo entre ambos, sino, primordialmente, entre sus distintos métodos, la razón y la violencia.

Asistimos, por tanto, durante 108 minutos, al clásico juego del ratón y el gato a través de algunos de los tópicos más presentes en el cine criminal con tintes negros. Borniche, joven y casado, desatiende sus obligaciones maritales o sus proyectos comunes debido a su constante absorción por el trabajo, aunque su esposa terminará por incorporarse a su mundo y será pieza decisiva en la resolución final de la trama. Por otro lado, se mueve en un entorno de confidentes, delatores, timadores y tramposos, y también entre discutidos policías, algunos de su propio grupo investigador, en los que se adivina un pasado violento en la Resistencia antinazi y que emplean medios no admisibles en una democracia para hacer valer la ley (violencia, golpes, torturas), si bien no llega al extremo de denunciarlos. Precisamente este es un de los puntos fuertes de la cinta, cómo integra el pasado reciente de Francia en la Segunda Guerra Mundial en el argumento, no a través de la trama propiamente dicha, sino en cuanto a los territorios humanos que la pueblan, antiguos combatientes que han abierto negocios, marginados que se han quedado sin espacio una vez finalizada la contienda, tipos que adquirieron el dominio de las armas y una preparación técnica y física que ahora invierten en una carrera delictiva a tiro limpio, etc., etc. Por otra parte, también está el jefe de unidad que es una mezcla de policía y de político, y al que, sin referirse a los posibles méritos que haya tenido para ascender (también en él se atisba un pasado de lucha en favor de la Francia Libre), se caricaturiza para oponerlo a la serenidad y determinación de Borniche. En la otra orilla, Buisson, que encarna a un criminal con tintes psicopáticos en la línea de James Cagney, Paul Muni o Edward G. Robinson, pero más hierático, frío y distante, menos apasionado y cerril, que combina el frío cálculo material de las ganancias y el reparto del botín con una preocupante tendencia a hacer sangre a la mínima ocasión, más como ejecuciones que como asesinatos o un simple intercambio de balas, aunque ello ocasione la muerte de inocentes o de policías y el consiguiente encarnizamiento de la persecución (o de la venganza) por parte de la ley.

Con un ritmo con altibajos, Deray prácticamente omite cualquier elaboración de personajes que no sean los dos principales, contentándose con leves esbozos de rasgos de carácter, comportamientos o tendencias, exceptuando quizá a aquellos que traicionan a Buisson, haciendo hincapié en sus razones y motivaciones, todas comprensibles excepto por Buisson, que las castiga de forma radical. Quizá la cinta peca de excesiva fidelidad al libro de Borniche, y por ello renunca a explorar vías o a explotar situaciones hasta sus últimas consecuencias, tal como requeriría el lenguaje fílmico, pero, no obstante, consigue varias secuencias de interés, algunas de ellas que reflejan los violentos tiroteos (abundantes en manchas rojas), pero también otras que se concentran puramente en el suspense: en este punto, la encerrona preparada a Buisson y cómo éste huye en un tranvía cuando detecta la presencia “casual” de distintos vehículos y paseantes en una zona habitualmente desierta o, sobre todo, el clímax en el restaurante de carretera, en la que Borniche cuenta con su esposa como lugarteniente.

Este tono de crónica realista, a ratos casi documental, del trabajo policial de Borniche, rompe en algunos momentos la tensión criminal del relato central, como sucede con la conclusión, en la que Borniche relata sus relaciones con Buisson una vez finalizada la persecución, la entente cordiale establecida entre ambos, su complicidad en el desentrañamiento de toda la vida criminal de Buisson y el relato de sus hazañas, las propias y las que se le han atribuido con el tiempo. Ese “realismo”, que encuentra su máxima expresión en los momentos en los que Delon habla a la cámara directamente como portavoz del auténtico Borniche, ocasiona un final abrupto, casi anticinematográfico, que si bien no estropea el devenir previo del argumento, sí supone un choque de tonos y formas que altera en parte el equilibrio del conjunto. Con todo, se trata de una interesante muestra de film noir tardío situado en una época atractiva, los primeros pasos de Francia una vez pasada la página del conflicto mundial (y también interno, casi de guerra civil) y que, no obstante, permanecía incubándose para tomar nuevas fuerzas hasta estallar en los años cincuenta y sesenta a ambos lados del Mediterráneo, tanto en Francia como en Argelia.