Podéis ver lo oxidado que estaba, y que tan sólo le quedaban dos de los cuatro cristalitos que, en su origen, adornaban la campanita. Pero, manazas que somos, mientras la manipulábamos, rompimos uno de los cristales, con lo que nos quedamos con este solitario.
La lana de acero nos ayuda a igualar un poco la superficie...,
..., antes de pintar.
Dos manos son suficientes...,
..., pues queremos ser generosas con la lija.
Había que solucionar lo de los cristalitos; no íbamos a dejar al pobre huérfano, así que...,
..., esto es lo que hicimos.
Nos gusta el hierro y el óxido que se asoma tras la pintura, nos gusta el alambre del que cuelgan los cristales.
No podía perder su impronta rústica...,
, ni su lado romántico.
Aunque sí merecía un poco más de mimo en el trato...,
..., y un lugar, donde poder iluminar las noches.
Y con esta sencilla, pero muy necesaria, redecoración, nos vamos corriendo a casa de Marcela Cavaglieri.