La noche anterior al salto, el miedo suele atenazar el cuerpo y dejar la consciencia en una duermevela pesada y frágil a un tiempo, como quien trata de no despertar del todo ante la pesadilla que se avecina. Pero la promesa de un tiempo mejor insensibiliza al dolor y al frío. Por eso, desearían que ese salto fuera tan sencillo y limpio como el de un acróbata. Quizá sea ese el sueño de los que logran dormirse esa noche.
La fantasía de Daral Shaga convierte la odisea de Nadra –una joven emigrante–, de su padre y de un refugiado desengañado que vuelve a casa en la proeza de unos acróbatas. Caídas en el vacío salvadas en el último instante, golpes que no consiguen romper los miembros de quien lo intenta. La intención de Philippe de Coen, fundador de la compañía de teatro circense Feria Musica, fue introducir este lenguaje en la narración de un camino incierto, más propio de una tragedia que de un divertimento. Pero los acróbatas que participan en esta producción le dan un aire expresionista a sus movimientos. Son piruetas desesperadas, hechas para sobrevivir.
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