Hace aproximadamente 6 meses que mi familia y yo nos trasladamos a la casa en la que ahora vivimos. Construida allá por los años 50, ni la hemos diseñado ni la hemos reformado nosotros. En cierta forma por la crisis, en cierto modo por la singularidad de nuestra recién y ensamblada familia, hemos optado por el alquiler. Mientras escribo esto mi mujer está viendo la televisión y los niños juegan en el jardín. Aún hay zonas de la casa sin colonizar y todavía no hemos afrontado mayor intervención que la sustitución por hierba de un viejo pavimento exterior de terrazo. Pero el pasado jueves, con todos durmiendo, en la soledad de la noche, junto al rincón en el que hemos colocado la televisión, me sentí completamente en casa.
Por nuestra profesión tenemos cierta obligación de estar al día en lo referente a la aplicación doméstica de las nuevas tecnologías, pero reconozco no tener gran interés en los grandes avances informáticos y casi profeso un desprecio absoluto, negligente incluso, por la domótica. Reconozco, no obstante, que este blog no sería posible sin conexión a internet y que disfrutar en casa de la música o del cine, es para nosotros mucho más fácil ahora que en aquellos añorados años 60 o 70 de nuestra infancia.
El descodificador iPlus de Canal + Digital permite grabar en su disco duro hasta 250 horas, disfrutar de la programación en alta definición y controlar las emisiones en directo rebobinando y parándolas cuando quieras o necesites. Me he hecho adicto a la grabación de películas y en sólo 3 meses he almacenado, hoy lo he visto y me he asombrado, 87.
El jueves pasado reproduje, para mí solo, en el sofá de mi casa, Fort Apache, la primera de las 3 películas que John Ford dedicó a la caballería de los EE.UU.
Todos los que tantas veces me acompañaron de niño estaban allí, John Wayne, Henry Fonda, Shirley Temple, Pedro Arméndariz, Ward Bond y Victor McLahlen, con los uniformes que yo admiraba cuando era todavía un chaval y les veía bailando, bebiendo, peleando, montando a caballo y luchando contra los indios.
De pronto, al girar la cabeza, vi a mi abuelo sentado en la mesa de la cocina de su casa, cortando las piezas de madera que, una a una, quemó y barnizó para montar el esqueleto del fuerte que construyó para mí. Y recordé aquella empalizada, la cantina y la torre. Y, unos metros más allá, vi a mi padre rotular las palabras “Fort Apache” con acrílico amarillo sobre la puerta principal y pintar de noche, cuando yo estaba dormido, los uniformes de todos aquellos soldados de plástico que mi tía, la hermana mayor de mi madre, compraba para que los Reyes Magos los dejaran en mi dormitorio, en perfecto estado de revista, una lejana y posterior noche fría de enero del siglo pasado.
Luis Cercós (LC-Architects)
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