La sociedad sostiene cierto tabú respecto a las imágenes del cuerpo. De este modo, enfermedad, muerte, vejez o cualquier tipo de anomalía es evitada.
No se visualiza, ni se registra. Como una forma de negación, esas fotos no existen, para no dar testimonio de lo que no quiere ser recordado, o muchas veces, simplemente visto. Los álbumes familiares, o archivos en dispositivos, conservan los "buenos" recuerdos, aquellos que muestran la normalidad.
Entre los muchos usos de la fotografía, hay uno en particular que no tiene que ver con mostrarse, recordar, o atesorar momentos, sino que es un apoyo terapéutico, una manera de mediatizar lo que pasa en el cuerpo. De aceptarlo.
Una cirugía, una enfermedad, un accidente que necesitan ser mirados, procesados, aceptados y que la distancia de una foto puede ser el medio para enfrentarlos. "Eso es lo que pasa en mi cuerpo, en mi imagen, en mi aspecto", esta es la cicatriz, la secuela que debe ser asimilada.
Dice Barthes "la imagen es perentoria, tiene siempre la última palabra; ningún conocimiento puede contradecirla, arreglarla, sutilizarla."[1]
La fotografía para mirarse íntimamente, para mostrar eso que no se quiere mostrar o no se sabe cómo mostrar. La fotografía que pone en imagen lo que quizás no se puede poner en palabras
Es la condición de espejo. Es la propia imagen en la distancia que permite ver desde afuera, y re-apropiarse entonces de ese estado.
" Quebrar la relación especular de copresencia consigo mismo como otro, renunciar al yo para ingresar a lo narrativo (él. )De esta manera, entramos en el campo de la representación indicial, esta polaridad elemental de la pareja dialogística (yo/tú), en la medida que es propia de todo sujeto, es decir, que está inscrita en la constitución misma de la subjetividad".[2]
Variante de la selfie, espejo mediante o no, quizás el noema Barthesiano "esto ha sido" que la selfie transforma en un "yo estaba allí", acá se vuelve a transformar en un "así soy ahora" que quedará con el tiempo en un "esto he sido" que invariablemente se confrontará en un diálogo muchas veces áspero con aquellos registros del antes de la cirugía, la enfermedad o el accidente.
"El trabajo de Jen Davis (1978) titulado Self-portraits (Autorretratos), lo empezó a realizar en el año 2002 cuando todavía era estudiante de fotografía. En aquella época, su cuerpo era lo opuesto a los ideales de belleza social alentados por los perfiles mediáticos. Ese sentir la llevó a situarse delante de cámara con la finalidad de hablar, desde ella misma, de una temática que la preocupaba, desde lo personal hacia lo social. (...) En esas imágenes la autora, inmersa en sus circunstancias, parece responderse a la eterna pregunta de ¿somos un cuerpo o tenemos un cuerpo? En ese grupo de fotografías se constata el equilibrio con que afronta esa dualidad. Como ser humano puede establecer que tiene un cuerpo y, desde su identidad como artista, que ese cuerpo que posee puede ser fotografiado en conciencia para establecer un enlace comunicativo y reflexivo entre el autorretrato y la sociedad."[3]
En estos trabajos, en esta función de la fotografía, hay una primera instancia necesaria que es especular: mirarse en el sentido más analítico de la palabra y una segunda instancia que puede o no estar que es la de comunicar esa mirada en el contexto del arte, de lo documental o de la experiencia socializada.
Beatriz Fiotto[1] Barthes, Roland en "Fragmentos de un discurso amoroso"
[2] Philippe Dubois en "EL acto fotográfico"
[3] Llorenc Raich Muñoz, en "Poética fotográfica"