Este recinto casi siempre alborozado y de planta triangular se originó en 1840 tras el derribo del Convento de la Merced. Desde entonces ha recibido varios nombres como el de Plaza del Progreso, denominación que tuvo en un primer momento, o Plaza de Mendizábal, nombre con el que se le acuño de forma popular después de que se instalase en ella una estatua de Juan Álvarez de Mendizábal.
La primera vez que conocí este lugar fue cuando acudí a ver una función al Teatro Nuevo Apolo. Me gustó el entorno, su vida despierta y su agradable ambiente. Sin embargo, en nuestros sucesivos encuentros he ido notando como su estado se ha ido agravando. Un deterioro en sus elementos urbanos que irremediablemente la están afeando, echándole encima muchos más años de los que marca su carné de identidad.
La Plaza de Tirso de Molina ya no sonríe como antes, por esa razón hoy que querido recuperar su estado más puro y humilde. Cuando su perímetro lo custodiaba una desnuda valla de enclenques maderos y en donde sobre uno de sus costados aparcaban sin mirar al reloj rústicos carromatos. La instantánea, tomada durante los años 30 del siglo pasado nos muestra un lugar más puro y sobre todo amigable que el que nos ha tocado vivir.
Este lugar de Madrid es uno de los tantos sitios que no merecen el presente en el que se encuentran sumergidos. Más aún cuando saborearon un pasado tan bonito como el que apreciamos en la fotografía de hoy. ¿Volverá a sonreír la Plaza Tirso de Molina? Por su ubicación, historia y posibilidades es, sin duda, lo que se merece.
« Post Anterior
Fotos antiguas: La Guardia Ciclista