Se nota que la trama de corrupción Gürtel ya no organiza las visitas papales a España: la llevada a cabo este fin de semana sólo puede calificarse como un desastre sin paliativos. La escasa asistencia a los actos de Ratzinger en Santiago y Barcelona, limitada a los consabidos grupos de escolares, monjas y otras gentes acarreadas de modo organizado, ha hundido por completo las previsiones, también las de beneficio económico a obtener.
Ayer en Santiago de Compostela, los organizadores se las vieron y desearon para que se llenaran las apenas 6.000 sillas dispuestas en la plaza del Obradoiro ante la fachada catedral santiaguesa; hasta minutos antes de comenzar la misa papal no se ocuparon todas. El número de gente llegada de fuera a Santiago no resultó muy superior al de cualquier otro fin de semana en esta ciudad, nada que ver con los 200.000 visitantes que la organización dijo esperar. Que las cifras de asistentes fueron muy inferiores a esos pronósticos interesados lo demuestra el que según El País de hoy, sólo aparcaron 300 autocares en el macroaparcamiento especial calculado para 1.300 de esos vehículos. Salvo en la zona inmediata alrededor de la catedral compostelana, las pantallas gigantes repartidas por todas las plazas de la ciudad quedaron casi huérfanas de público.
Desde el punto de vista comercial, las cosas tampoco funcionaron mejor para quienes esperaban sacar tajada. Casi todos los hoteles de Santiago quedaron con habitaciones libres, a lo que nos es ajeno seguramente el hecho de que se llegaran a pedir hasta 900 euros por una habitación corriente. Las ventas de merchandising asociadas a la visita papal fueron casi inexistentes, según manifestaban a las cámaras de televisión compungidos propietarios de las muchas tiendas de souvenirs existentes en la capital gallega.
En Barcelona ha sido mucho peor. Por mucho que se hayan esforzado las cámaras de televisión por intentar captar masas de gente, la asistencia ciudadana ha sido significativamente baja. A la misa de consagración de la Sagrada Familia han asistido 36.000 personas, de ellas 8.000 VIP's con silla reservada en el interior del templo. Quien conozca Barcelona sabrá que hay dos plazas gigantescas que rodean la Sagrada Familia, en las que caben decenas de miles de personas y que hoy simplemente no se han llenado. En el paseo en vehículo blindado entre el palacio arzobispal y la Sagrada Familia apenas había gente junto a las vallas; en la mayoría de calles se podía transitar caminando tranquilamente tras esa delgada fila de público asistente, al no haber ninguna aglomeración. En muchos tramos del centro, especialmente en Via Laietana, había más policías codo con codo que ciudadanos mirando.
Se diría que gallegos y catalanes han recibido a Ratzinger con el peor de los desprecios, que es la pura indiferencia. A nadie parecen importarle mucho los insultos y las mentiras proferidos por el viejo chivo del Vaticano, huésped que escupe en el plato que le ponen delante al tener la grosería y la desfachatez de igualar la política del actual gobierno español con las de los gobiernos de la Segunda República (¡ojalá fuera cierto!), cuando es sabido que sólo en subvenciones directas la Iglesia española recibe anualmente de las arcas públicas 6.000 millones de euros amén de otros privilegios y execciones, que como decía hoy El País convierten a España en un paraíso fiscal para la Iglesia Católica.
Sin duda este viaje va a dejar huella pero seguramente no en el sentido que esperaban sus promotores, quienes a partir de la fecha van a tener que replantearse futuros viajes "pastorales", al menos cuando vuelvan a tener España como destino. Si la charlotada de este fin de semana nos ha costado oficialmente a los españoles cinco millones y medio de euros (en realidad, muchos más, detraídos de nuevo de la Hacienda pública), cuando regrese Ratzinger en agosto del año próximo, esta vez para celebrar en Madrid uno de esos aquelarres juveniles meapilas que tanto gustaban a su antecesor Wojtyla, se calcula que la broma le costará al erario público español 50 millones de euros. Pues ellos mismos, porque tal como van las cosas en materia económica y de empleo en este país no sería raro que la indiferencia de hoy se trocara en contestación activa mañana.
En la fotografía que ilustra el post, el Papa recorre las calles de Barcelona, llenas de... policías.