Algún
día, cuando pueda llevarte a VarsoviaLorenzo
Silva El caso es que los días siguientes, cuando entraba
o salía del portal, cuando iba por el barrio, hasta cuando iba por otra parte,
estuve todo el rato atenta por si veía a Andrés. Como ya nos habíamos
presentado, podía hablar con él con toda naturalidad, sin que sospechase de
aquella vecina que le demostraba tanta atención. Incluso probé a quedarme
sentada una hora en el banco delante del portal, para que hubiera más
probabilidades de que él apareciera estando yo allí. Probé a las seis, a las
siete, a las ocho. Más tarde hacía tanto frío que si él hubiera venido, habría
pensado que estaba loca, y eso tampoco me convenía especialmente. Pero Andrés
no apareció. Me preguntaba adónde iría todos los días y qué llevaba en la
mochila que había dejado en el suelo para pelearse con los sauces de Roberto. ¿Serían
libros? ¿Iba a estudiar a alguna parte o trabajaba ya? Aunque era difícil saber
cuántos años tenía, no me parecía que tuviera más de dieciséis o diecisiete, y
eso quería decir que todavía estaba en edad de estudiar pero también que ya podía
estar trabajando.