Y aun así nos atrevemos con él, a pesar de las trampas, las lagunas y el notable riesgo de impostura ética o moral que supone. Olivier Nakache y Eric Toledano al menos han sido valientes y, tras el éxito mundial de Intocable (2011), han preferido dar un paso hacia adelante y demostrar su vitalidad creativa que huyera de toda autocomplacencia o cayera en las comodidades temáticas y estéticas que suele implicar todo gran presupuesto tras un taquillazo previo. Samba (2014) es una película que vuelve a cargar el peso del argumento sobre el magnetismo personal de Omar Sy, su protagonista, la diferencia es que en Intocable no había tantas miradas puestas en él. Lo verdaderamente importante es que la historia está ambientada en el lado oscuro del la democracia occidental, aunque una vez vista más vale enfatizar lo primero.
Samba no se corta a la hora de sumergirse en el día a día de un problema que los estados-nación no pueden ni podrán resolver aisladamente: desde las motivaciones no necesariamente filantrópicas y desinteresadas de los voluntarios (casi siempre jóvenes altruistas o jubilados con mala conciencia, personas cuyo nexo social es carecer de un acceso legal y/o normalizado al mercado de trabajo, exactamente como los inmigrantes a los que ayudan. Un síntoma que revela que la inmigración no es, ni de lejos, una prioridad de la agenda política de los gobiernos europeos), hasta el ambiente de camaradería de los centros de internamiento temporal (lugares de los que se entra y se sale por los mismos kafkianos motivos). El problema es que todo eso, como en tantos otros filmes, queda en segundo plano, eclipsado por el enredo emocional que por supuesto incluye. No estamos muy lejos del igualitarismo bienintencionado y calculadamente sentimental de Las cartas de Alou (1990), por citar un ejemplo.
Aun así, los personajes y los ambientes resultan cercanos, verosímiles y humanos, hasta que se revelan las motivaciones de Alice --Charlotte Gainsbourg, la coprotagonista-- y todo toma el aspecto de un relato picaresco donde el humor se las apaña para ocultar o minimizar situaciones potencialmente absurdas, dramáticas o directamente tristísimas. El romance llena la segunda parte de la película: la conflictividad, la distancia social, la desigualdad, la segregación mental y cultural han quedado diluidas por un Amor (con mayúsculas) que justifica todos los actos porque es perfectamente posible, pero nada dice de ese otro montón de inmigrantes que no alcanzan el privilegio de ser el objeto de afecto por parte de un occidental, y que por eso no tienen una oportunidad adicional para alcanzar su sueño, ni les importa.
En definitiva, Samba no es un filme malo ni irreal, pero no se aparta en lo fundamental de esa mirada complaciente del cine occidental sobre la inmigración. Estoy convencido de que el retrato de una realidad social que hacen Nakache y Toledano es sincero, pero le falta una impugnación más feroz, evitar el dejarse arrastrar por el vendaval de los sentimientos. Algo me dice que el público europeo, a la salida del cine, se preguntará si ellos mismos serían capaces de enamorarse tan al límite, o si tendrían el valor de advertir a un amigo/a acerca de los riesgos de acercarse tanto a un extranjero indocumentado. Que unos pocos se molesten en extrapolar los hechos del filme con una realidad política lo dice casi todo sobre el filme y la clase de sociedad que habitamos.