Seguro que la frustración en el ámbito laboral ha sido y es un tema habitual entre los abordados por la psicología y las relaciones laborales. Parece lógico pensar que el profesional frustrado no es eficiente porque su estado anímico le lleva, casi seguro, a un menor rendimiento, una menor implicación y un mayor desapego por los proyectos de la empresa o, incluso, la desatención de sus obligaciones.
El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define frustración como la “acción y efecto de frustrar”, siendo frustrar “privar a alguien de lo que esperaba” y “dejar sin efecto un propósito contra la intención de quien procura realizarlo”. Implícitamente esas definiciones implican derivaciones reales o potenciales valorables como negativas para el conjunto del entorno del frustrado. Si el origen de la frustración está identificado en el ambiente de trabajo son de esperar consecuencias en el mismo, amén de las que se produzcan en el resto de facetas de la vida del afectado. En cualquier caso no parece saludable para el grupo la presencia de frustración entre sus miembros. El sentimiento negativo se extiende más allá del que lo padece e incumbe a los propósitos de la empresa.
Estas consideraciones genéricas vienen a cuento para lo que queremos expresar en esta entrada. En todas las profesiones aparece, seguramente, la frustración en algún o algunos momentos de su ejercicio. Sensible es, a nuestro juicio, el contexto de la práctica de las profesiones sanitarias, por cuanto actúan sobre la salud de las personas. Aquí, la frustración afecta directamente a la relación con el usuario, aunque sería deseable que no fuera así.
Coexisten, ahora, varios probables orígenes de frustración para el profesional sanitario, distintos o comunes en la sanidad pública y privada. El fisioterapeuta no está, ni mucho menos, excluido es esta situación. Sobre él acechan problemas compartidos y propios. Así, la falta de expectativas laborales, la falta de tiempo, la presión asistencial, las trabas a las facetas no asistenciales como la formación, la docencia o la investigación, las restricciones a la autonomía profesional, el estancamiento de la carrera profesional o las retribuciones inmovilizadas o aminoradas. Estas y otras cuestiones han derivado en decepciones vertidas en muchos foros y que nos han hecho cuestionarnos si Fisioterapia, como opción laboral, merece la pena (1).
Como un ejemplo puede ser ilustrativo de alguna de las realidades cotidianas a las que se ve sometido el profesional de la fisioterapia vamos a hacernos eco de un caso con el que este puede toparse cotidianamente en entornos, públicos o privados, en los que se tratan paciente derivados por otros profesionales. Un paciente que, habiendo sido intervenido en un hombro diez meses atrás, ha recibido fisioterapia por mediación de su mutua laboral durante sesenta sesiones. Tras cesar el tratamiento acude a la sanidad pública y se le prescriben nuevas sesiones de fisioterapia durante un mes. Como es de esperar tras diez meses poscirugía, fisioterapia e incorporación progresiva a actividades cotidianas, las posibilidades de progresión dimanadas de la intervención del fisioterapeuta son nulas. Sin embargo esta situación se repite en muchas ocasiones, en la que es difícil justificar la repetición de tratamiento. Si esto estuviera acreditado muchas intervenciones serían sine die o recurrentes, como de hecho ocurre, propiciando la frustración del profesional. No puede ser de otra manera cuando, fruto de una prescripción, aplicamos tratamientos fútiles de antemano, alejados de la evidencia científica y de criterios de control eficiente de los recursos. Ahondando además en la sobredemanda del sistema sanitario y alejándonos de la implicación del paciente en su salud y el reconocimento de las posibles secuelas, como si hubiera de esperarse una recuperación ad integrum.
La solución a estos problemas no es fácil, pero ya hay intentos tendentes a otorgar más autonomía al profesional que conoce la situación de primera mano y que debe ser capaz de discernir cuando las posibilidades terapéuticas se han agotado, introducir criterios de gestión, manejar las pruebas científicas procedentes de estudios sobre fisioterapia, informar al paciente sobre el pronóstico y los objetivos, educar en la asimilación y adaptación de las secuelas, etc. De otra manera se perpetuará la frustración ante tratamientos sin resultados, pacientes perennes o recurrentes y desaprovechamiento de las potencialidades de un profesional competente.
Referencias
1. González García, JA. Fisioterapia, ¿merece la pena? . En Fisioterapia. http://www.madrimasd.org/blogs/fisioterapia/2010/10/05/fisioterapia-%C2%BFmerece-la-pena/
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