Dos futbolistas profesionales del FC Barcelona, Zlatan Ibrahimovic y Gerard Piqué, fueron captados esta semana mientras hacían manitas junto al coche del sueco, en las cercanías del estadio del Nou Camp. Nada había de escandaloso en la pose, que parece más bien romántica y desvela un punto de sensibilidad sorprendente en dos supuestos gladiadores de los estadios. Hasta aquí, nada que decir: por mí como si se casan, que en España es posible; total, no iban a invitarme a la boda...
Luego han venido las reacciones a una fotografía que dio la vuelta al mundo en pocas horas. Lo que llama la atención no es tanto la furiosa de los interesados -que han defendido su "hombría" a grito pelado y con insultos de grueso calibre contra quienes a la vista de la imagen, sostienen que ahí hay algo más que compañerismo de vestuario-, sino sobre todo por parte de los medios, sean "serios" o prensa deportiva; todos han protegido a los protagonistas con un espectacular sudario de silencio. Y es que buena parte del éxito popular del fútbol-espectáculo radica en que supuestamente se trata de un "deporte de machos" de cuya práctica profesional están excluidos los maricones.
Repito que si el dúo de la foto son parejita homosexual, bisexuales echando una canita al aire o simplemente cariñosos compañeros de orgías propias de machos -ya saben, esas a las que tan aficionada parece ser la plantilla del eterno rival, el Real Madrid-, es cosa de ellos y allá se las compongan. Pero estaría bien que se rompiera de una vez un tabú estúpido y reaccionario: ése que dice que en un vestuario de futbolistas no puede haber un homosexual, cuando sabemos por el contrario, que es precisamente en los grupos cerrados de hombres solos (véanse curas y militares), donde los porcentajes de homosexuales ejercientes o reprimidos superan la media habitual en el resto de la población.