Obesidad, ¿genética o malos hábitos?
Esta es una pregunta recurrente, y que en lo mayoría de los casos depende más de los propios pacientes que del profesional que lo emite. Evidentemente, negar que la genética juega un papel importante en la vida de cada uno de nosotros, sería, no sólo irracional, sino también poco serio, pero, declinar cualquier responsabilidad sobre nuestra salud en la genética es, como poco, imprudente.
A cualquier diagnóstico médico, le sucede una serie de cambios en la vida del paciente encaminados a que ese mal remita, tratamiento farmacológico, cambio de ambiente, operación quirúrgica, etc.
Pero, ¿qué sucede cuando el único cambio necesario son unas modificaciones cuantitativas, cualitativas o incluso ambas, de sus hábitos alimenticios?
Genética, ¿es el único responsable de la obesidad?
Mis años de experiencia en el mundo de la alimentación me dicen que rápidamente se echa mano de la genética. Son incontables las veces que en mi consulta oigo frases tipo como: “Tengo las caderas como mi madre, por más que yo haga eso no va a cambiar”, “Mi hija es como yo, tenemos el metabolismo lento”, “Haga lo que haga no servirá de nada, desde que tengo la menopausia no bajo ni un gramo”, y un sinfín de falsos mitos que nos excluyen de hacernos responsables del control de nuestro propio peso y de problemas tan serios como la obesidad infantil.
Nos hemos acostumbrado a que una pastilla es la solución a cualquier problema, mientras que gran parte de los niños españoles toman bollería industrial en el recreo y la merienda, comen en comedores escolares, cenan precocinados y los domingos consumen “fast Food”.
Y así, mirando hacia otro lado, por desgracia, la tasa de obesidad infantil en España se sitúa en un 19% frente al 16% de los niños estadounidenses. Esto, no deja de ser desconcertante en un momento en que la dieta mediterránea es objeto de investigación en todo el mundo, y la prensa internacional no dejan de proclamar sus múltiples beneficios.
Desde mi punto de vista, el hecho de que tengamos cierta predisposición genética a padecer obesidad, no quiere decir que, irrecurriblemente, hayamos de padecerla.
Únicamente nos avisa de que tenemos que estar más atento y tomar las medidas necesarias para evitarlo, especialmente en los casos de obesidad infantil que sufren muchos menores.
Por eso, creo que ha llegado el momento de que padres, profesores y colectivo médico, intentemos dar a la Alimentación-Nutrición el papel tan importante que juega en la sociedad y nos esforcemos en promover una educación alimentaria entre los niños y la reeducación de los adultos, responsables de la calidad de la alimentación de los menores. Las investigaciones que relacionan la genética y la obesidad se ocuparán de todo aquello que, de momento, no está en nuestras manos poder controlar.