Una de las mañas más odiosas de todo gobierno de derechas acosado por los acontecimientos es echar mano del patriotismo. El patriotismo. Ya saben, esa mierda que el doctor Johnson calificó como "el último refugio de los canallas". Cada vez que tienen dificultades con la realidad los gobiernos de derechas sacan a pasear el fantasmón repugnante ("Gibraltar, Gibraltar, avanzada del pueblo españooool", nos hacían cantar los curas de mi colegio mientras se izaba la enseña patria franquista), al que según nos cuenta la Historia a poco que se les vaya la mano acaban alimentando con sangre de las clases trabajadoras (porque sus hijos naturalmente eluden ese y otros sacrificios, como el pagar impuestos por ejemplo, con la mayor de las desenvolturas). Hace poco más de un año García Margallo, el majadero que sufrimos como ministro de Asuntos Exteriores del Reino de España, se presentó en su primer Consejo de Ministros de Exteriores de la Unión Europea (UE). Cuando se le acercó su homólogo británico para saludarle el botarate español le espetó en sonoro castellano: "¡Gibraltar español!", mientras sonreía satisfecho mirando a la cámara de Televisión Española que filmaba el incidente ante el pasmo del inglés, incapaz de comprender al parecer que un imbécil semejante pueda sentarse en un Consejo de Ministros. En España es posible eso y mucho más, como sabemos. En España la excitación ruin del patriotismo es un comportamiento muy antiguo, documentado en las hemerotecas desde al menos el siglo XIX. Cada vez que la derecha hispana le ve las orejas al lobo por la razón que sea, se pone como loca a azuzar los más bajos instintos de la tribu y a sacudir enérgicamente en manifestaciones perfectamente orquestadas el trapo de colores por el que dicen hay que morir (los demás, no ellos). Es así que ante el derrumbe económico y social que vive el país han decidido sacar a pasear una vez más a "Gibraltar español", ese monstruo casero al que engordan desde hace nada menos que tres siglos. Lamentablemente y una vez más, buena parte de la prensa y casi toda la oposición han entrado al trapo a pesar de verse el truco de lejos. El caso es que estos días hasta algunos sesudos izquierdistas se sienten concernidos por el anticolonialismo, la autodeterminación y demás cojudeces aplicadas a la Roca que un día un Gobierno español cedió a los ingleses, tras una guerra tan lejana que da risa pensar en que a estas alturas andemos aún a vueltas con sus consecuencias. Entre paréntesis, resulta curioso por otra parte que nadie recuerde el que solo 70 años antes de la denostada Paz de Utrech, España cedió a Francia en la Paz de los Pirineos el Rosselló y la Cerdanya, casi un tercio de la Catalunya de entonces; curioso, el olvido patriótico. Por no hablar de situaciones coloniales actuales como las que viven las ciudades de Ceuta y Melilla o el puñado de peñascos "bajo soberanía española" situados literalmente a unas decenas de metros de la costa marroquí, caso del islote Perejil, "reconquistado" por Aznar con Trillo de ministro de Defensa, en aquella Cruzada de vía estrecha que estuvo a punto de costarnos un serio disgusto con los árabes. Solo faltaría que ahora comenzara un conflicto con el Reino Unido solo porque el Gobierno Rajoy necesita desesperadamente distraer la atención pública de los problemas internos de España. Evidentemente la sangre no llegará al río, entre otras razones porque los británicos van a seguir contando con el apoyo de la UE y EEUU y la neutralidad de la ONU, ya que la Españita del PP no pinta nada en el concierto internacional. Pero el Gobierno español sí se arriesga a represalias en áreas de influencia británica, y a excitar el celo patriótico de otro que tal parece: el Marruecos de Mohamed VI a propósito de las colonias españolas norteafricanas. Gibraltar por lo demás es un paraíso fiscal muy apreciado por las derecha económica española como lugar donde evadir y blanquear capitales (en Gibraltar hay domiciliadas más sociedades españolas que habitantes tiene la colonia). Es asimismo pieza clave en el tráfico de drogas internacional a gran escala, por su ubicación privilegiada como nodo de intersección de las rutas latinoamericana y africana hacia Europa. Y es en fin, aún hoy, es potencial tajadera militar entre el Mediterráneo y el Atlántico, que en un momento dado puede cerrarse y aislar por mar a los países ribereños del viejo Mare Nostrum, sobre todo a los árabes de la orilla sur. También, y no es un detalle menor, Gibraltar es el penúltimo florón en la deslucida y caduca corona imperial británica, que no puede permitirse renunciar a él so pena de quedar reducida a casi nada. En definitiva, el músculo patriótico que anda exhibiendo el Gobierno Rajoy estos días está condenado a quedar en pura fanfarronada al viejo y conocido estilo franquista, y como él, a carecer de eficacia posible alguna. Pura gesticulación para los telediarios. Eso sí, algunos tontainas picarán con el ¡Jibraltá epañó!, pero esa clase de gente hace tiempo que está descontada del censo de los primates evolucionados.
Una de las mañas más odiosas de todo gobierno de derechas acosado por los acontecimientos es echar mano del patriotismo. El patriotismo. Ya saben, esa mierda que el doctor Johnson calificó como "el último refugio de los canallas". Cada vez que tienen dificultades con la realidad los gobiernos de derechas sacan a pasear el fantasmón repugnante ("Gibraltar, Gibraltar, avanzada del pueblo españooool", nos hacían cantar los curas de mi colegio mientras se izaba la enseña patria franquista), al que según nos cuenta la Historia a poco que se les vaya la mano acaban alimentando con sangre de las clases trabajadoras (porque sus hijos naturalmente eluden ese y otros sacrificios, como el pagar impuestos por ejemplo, con la mayor de las desenvolturas). Hace poco más de un año García Margallo, el majadero que sufrimos como ministro de Asuntos Exteriores del Reino de España, se presentó en su primer Consejo de Ministros de Exteriores de la Unión Europea (UE). Cuando se le acercó su homólogo británico para saludarle el botarate español le espetó en sonoro castellano: "¡Gibraltar español!", mientras sonreía satisfecho mirando a la cámara de Televisión Española que filmaba el incidente ante el pasmo del inglés, incapaz de comprender al parecer que un imbécil semejante pueda sentarse en un Consejo de Ministros. En España es posible eso y mucho más, como sabemos. En España la excitación ruin del patriotismo es un comportamiento muy antiguo, documentado en las hemerotecas desde al menos el siglo XIX. Cada vez que la derecha hispana le ve las orejas al lobo por la razón que sea, se pone como loca a azuzar los más bajos instintos de la tribu y a sacudir enérgicamente en manifestaciones perfectamente orquestadas el trapo de colores por el que dicen hay que morir (los demás, no ellos). Es así que ante el derrumbe económico y social que vive el país han decidido sacar a pasear una vez más a "Gibraltar español", ese monstruo casero al que engordan desde hace nada menos que tres siglos. Lamentablemente y una vez más, buena parte de la prensa y casi toda la oposición han entrado al trapo a pesar de verse el truco de lejos. El caso es que estos días hasta algunos sesudos izquierdistas se sienten concernidos por el anticolonialismo, la autodeterminación y demás cojudeces aplicadas a la Roca que un día un Gobierno español cedió a los ingleses, tras una guerra tan lejana que da risa pensar en que a estas alturas andemos aún a vueltas con sus consecuencias. Entre paréntesis, resulta curioso por otra parte que nadie recuerde el que solo 70 años antes de la denostada Paz de Utrech, España cedió a Francia en la Paz de los Pirineos el Rosselló y la Cerdanya, casi un tercio de la Catalunya de entonces; curioso, el olvido patriótico. Por no hablar de situaciones coloniales actuales como las que viven las ciudades de Ceuta y Melilla o el puñado de peñascos "bajo soberanía española" situados literalmente a unas decenas de metros de la costa marroquí, caso del islote Perejil, "reconquistado" por Aznar con Trillo de ministro de Defensa, en aquella Cruzada de vía estrecha que estuvo a punto de costarnos un serio disgusto con los árabes. Solo faltaría que ahora comenzara un conflicto con el Reino Unido solo porque el Gobierno Rajoy necesita desesperadamente distraer la atención pública de los problemas internos de España. Evidentemente la sangre no llegará al río, entre otras razones porque los británicos van a seguir contando con el apoyo de la UE y EEUU y la neutralidad de la ONU, ya que la Españita del PP no pinta nada en el concierto internacional. Pero el Gobierno español sí se arriesga a represalias en áreas de influencia británica, y a excitar el celo patriótico de otro que tal parece: el Marruecos de Mohamed VI a propósito de las colonias españolas norteafricanas. Gibraltar por lo demás es un paraíso fiscal muy apreciado por las derecha económica española como lugar donde evadir y blanquear capitales (en Gibraltar hay domiciliadas más sociedades españolas que habitantes tiene la colonia). Es asimismo pieza clave en el tráfico de drogas internacional a gran escala, por su ubicación privilegiada como nodo de intersección de las rutas latinoamericana y africana hacia Europa. Y es en fin, aún hoy, es potencial tajadera militar entre el Mediterráneo y el Atlántico, que en un momento dado puede cerrarse y aislar por mar a los países ribereños del viejo Mare Nostrum, sobre todo a los árabes de la orilla sur. También, y no es un detalle menor, Gibraltar es el penúltimo florón en la deslucida y caduca corona imperial británica, que no puede permitirse renunciar a él so pena de quedar reducida a casi nada. En definitiva, el músculo patriótico que anda exhibiendo el Gobierno Rajoy estos días está condenado a quedar en pura fanfarronada al viejo y conocido estilo franquista, y como él, a carecer de eficacia posible alguna. Pura gesticulación para los telediarios. Eso sí, algunos tontainas picarán con el ¡Jibraltá epañó!, pero esa clase de gente hace tiempo que está descontada del censo de los primates evolucionados.