Grandes momentos eróticos del arte: Hannah Wilke

Por Camilayelarte @camilayelarte

Hannah Wilke, Sweet Sixteen, 1978. Foto: Camilayelarte

Allá por los años sesenta la artista norte-americana Hannah Wilke (1940-1993) creaba sus denomindas Cunt sculptures o lo que es lo mismo, esculturas coño. Lo crudo del título no se corresponde con la frágil y sensual belleza de los pliegues que dan forma a sus esculturas, un perfecto equilibrio entre la claridad formal y la abstracción. Son vaginas sí, no hay duda, pero tan delicadas que podrían ser resultado del azar o de la propia naturaleza, piedras esculpidas por efecto del agua y el aire que acaban tomando forma involuntariamente antropomorfa. Sin embargo las esculturas-coño de Wilke son la respuesta al largo número de penes con los que se ha nutrido la falocéntrica historia del arte. Pocas son las ocasiones en las que el sexo femenino se ha representado tal y como es, ni siquiera una obra tan literal como L'origine du monde de Courbet deja entrever la verdadera forma o textura de una vagina. Aun en su abstracción, reconocemos en los pliegues, huecos y vacíos de las cerámicas de Wilke la verdadera forma de los genitales femeninos, y no sólo, sino también y de forma fundamental, su riqueza y multiplicidad formal. Su sensualidad y erotismo se manifiestan no sólo a través de la forma sino del material utilizado, terracota o cerámica vidriada la mayoría de las veces, materia viva que nos recuerda al kitsch Lucio Fontana, cuyos tajos sobre la tela en busca del espacio pictórico más allá de ésta no se hallan tan lejos de la metáfora del sexo femenino, o bien un material sintético como el látex, cercano al trabajo de Eva Hesse por esos mismos años y cuya textura ofrece nuevas posibilidades expresivas. La fragilidad y poética de estas esculturas, producidas en los primeros años de la carrera de Hannah Wilke, contrasta con la obra de buena parte de las artistas que a lo largo de los sesenta y setenta reivindicaron un arte feminista a través de la acción y la exposición del cuerpo, quedando pues como manifiesto formal y objetual de la presencia de la mujer en la historia del arte de finales del siglo XX.