La ruptura de una pareja es una situación de crisis considerada como uno de los acontecimientos vitales mas estresantes que puede vivir una persona. Cuando la pareja que decide separarse tiene hijos en común, el dolor de este proceso puede resultar traumático para casi todos sus miembros.
Independientemente de las causas que lleven al final de la relación e incluso independientemente de quién tome la decisión, la separación abre un proceso de duelo que será necesario elaborar para seguir adelante y poder recuperar la confianza en la validez del amor y de las relaciones de pareja.
Parece que actualmente la duración media de los matrimonios se sitúa en quince años y medio aproximadamente. Según esto, muchos son los matrimonios o parejas de hecho que terminan en separación. Por esta razón, no está de más tener en cuenta algunas de las pautas que pueden reducir el malestar que de forma inevitable generará este proceso.
Os presento el Decálogo para el buen Divorcio, elaborado por profesionales de los Juzgados de Familia de Málaga:
fuente:cofmálaga
1.ª El divorcio es algo más que un proceso legal
Toda ruptura familiar conlleva además de un proceso legal, un proceso emocional, personal y psicológico . El sistema judicial aborda las cuestiones legales pero no las emocionalese.
El proceso emocional necesita tiempo para ser superado. Tiempo y algo más porque
Para elaborar un duelo hace falta tiempo pero
Solo el tiempo no hace que un duelo se elabore de forma apropiada.
2.ª El problema no es el divorcio, sino el “mal divorcio”
La ruptura de la relación entre la pareja no debería ser perjudicial para los hijos/as. Es la mala manera de desarrollar esa ruptura de pareja lo que acarrea consecuencias negativas para los niños/as. Los hijos/as pueden superar la situación si sus progenitores cooperan entre sí para llevarla a cabo de forma no traumática.
Habitualmente me encuentro en consulta con padres y madres preocupados por las consecuencias del divorcio (traslados de una casa a otra, vacaciones y otras celebraciones por separado) sin reparar en que el mayor generador de malestar para los niños es la excesiva judicialización de la ruptura y la desacreditación mutua en la que a veces se cae por la dificultad que en ocasiones muestran sus padres para llegar a acuerdos.
3.ª De común acuerdo todos ganan
Las rupturas familiares en las que no existe acuerdo se centran en las críticas mutuas y aumentan las tensiones entre los progenitores y demás miembros del núcleo familiar, pues se basan en la búsqueda de un culpable. En cambio, las rupturas de mutuo acuerdo favorecen el clima de diálogo entre los progenitores y generan un ambiente más favorable a las relaciones de los hijos/as con éstos, pues miran al futuro, facilitando que cada uno asuma mejor su nueva situación.
4.ª Se separan los padres, no los hijos/as
La separación, el divorcio o la ruptura de una pareja de hecho supone la desaparición de un vínculo entre los adultos, iniciándose otro tipo de relación familiar entre padres-madres e hijos/as. Ambos miembros de la ex-pareja tendrán que realizar un gran esfuerzo por ser facilitadores del vínculo de sus hijos con su padre o madre a pesar de la separación.
5.ª La separación no supone la pérdida de ninguno de los progenitores
Ambos progenitores, a ser posible conjuntamente, deben explicar a sus hijos/as, de manera que puedan entenderlo, que se van a separar o divorciar. Esta información debe transmitirse en un clima de coherencia, confianza y cariño, pero sin alentar falsas expectativas de reconciliación. Deben asegurar a sus hijos/as que seguirán siendo queridos (evitar sentimiento de abandono), que no son culpables de nada (evitar sentimiento de culpa) y que ambos progenitores van a seguir ocupándose de sus vidas.
6.ª Los hijos/as no son propiedad exclusiva del padre o de la madre
Aunque se haya conferido la guarda y custodia de los menores a uno solo de los progenitores, ambos continúan siendo imprescindibles para el crecimiento y maduración de los hijos/as y la ausencia de cualquiera de ellos supone la falta de un soporte afectivo fundamental para su desarrollo. Las actitudes de “posesión” sobre los hijos/as que excluyen al otro progenitor perjudican gravemente a los menores. Han de evitarse también actitudes que impliquen despreciar, minusvalorar o desautorizar al otro progenitor.
7.ª El divorcio no pone fin a las obligaciones compartidas con respecto a los hijos/as
Tras el divorcio el padre y la madre deben seguir manteniendo un diálogo lo más fluido posible sobre todas las cuestiones que afecten a los hijos/as. El cuidado diario de los menores requiere una organización y distribución de tiempo y, aunque el ejercicio de la guarda y custodia lo lleve a cabo principalmente uno de los progenitores, ambos continúan siendo responsables al compartir la patria potestad. Ello significa que como progenitores tienen la obligación de consultarse y comunicarse de manera honesta, fluida, abierta y regular las decisiones importantes en relación a la educación, desarrollo físico, intelectual, afectivo-emocional de sus hijos/as. Deben evitarse las discrepancias y contradicciones educativas para evitar chantajes emocionales, alianzas y manipulaciones de los hijos/as.
8.ª Lo importante es la calidad de la relación con los hijos/as
La relación de los hijos/as con el progenitor con el que no conviven habitualmente ha de ser periódica, constante y gratificante. Es un derecho de su hijo/a. La obstaculización, interrupción e inconstancia en el régimen de relaciones repercute negativamente en la estabilidad emocional de los hijos/as y les genera graves perjuicios psicológicos.
9.ª No utilizar a los hijos/as
Aunque la relación de los adultos o su ruptura haya sido extremadamente dificultosa a nivel emocional se debe dar prioridad a las necesidades de los hijos/as. No utilice a sus hijos/as en el conflicto que le pueda enfrentar con su cónyuge o conviviente, ni canalice a través de los menores las tensiones que la ruptura le genere a usted.
10.ª Facilitar la adaptación del menor a las nuevas parejas
Es frecuente que tras la ruptura uno o ambos progenitores rehagan su vida sentimental con otra persona. La introducción de esa tercera persona en la vida de los hijos/as ha de hacerse con tacto, y progresivamente, a ser posible cuando la relación esté suficientemente consolidada. Debe dejarse bien claro al niño/a que ello no supone renunciar a su padre y/o madre.
Yolanda Pérez