La dilatada carrera del joven artista Guillermo Pérez Masedo no deja de marcar hitos en forma de distinciones allí donde tiene la oportunidad de llegar. Y en todas ellas, su incontestable madurez sigue evocando una misma propuesta: la transformación de la realidad a través de su pintura; una necesidad que ya existía en aquellos primeros cuadros donde de una forma tímida todavía no se atrevía a mostrarnos sus grandes capacidades como dibujante y pintor, y que en uno y otro caso, desembocaban y desembocan, en esa última necesidad de la transformación. Su pintura es quizá, hoy en día, el mejor reflejo de lo que la joven pintura española es capaz de llegar a conseguir en la búsqueda de nuevas fórmulas que trasgreden y se confrontan a los demiurgos de la abstracción o los minimalismo más insulsos. Parece que todo vale, pero en tiempos de crisis como los que vivimos ya no parece que sea así. Una afirmación para nada banal, y que pudieron comprobar todos aquellos que se acercaron al Palacio de la Alhóndiga entre el 20 y 24 de agosto pasado, pues fueron testigos directos de lo que digo.
Ángel Silvelo Gabriel.