Mi marido insistía, ya enfadado y acabada su enorme paciencia conmigo, en irnos. Yo le indicaba que tenía que recoger mis pertenencias que iba sosteniendo en mis brazos, entre los objetos un antiguo reloj de madera, de sobremesa con el que hacía juegos malabares para que no llegara al suelo. Él, en el coche, ya desesperado se marchó mientras yo le indicaba que iría andando, la distancia hasta la casa era muy corta, sólo tenía que volver la esquina y andar unos pocos metros.
En la oscuridad de la calle sólo vislumbraba tenues luces de velas que tintineaban en algunas ventanas de aquellas casas iluminadas sólo por la luz cenicienta de los rayos de la luna. Caminaba por intentando llegar a la casa familiar, la letra H de la fila de casitas blancas, pegadas unas a otras en la Calle Santarem, la llamada popularmente “La Calle de los Muertos” por ser el camino del cercano cementerio.
Ni un ruido, ni un alma, nada ni nadie perturbaba el silencio reinante y a cada paso me daba cuenta de que las casas habían cambiado, eran de diferentes colores. Unas burdeos, otras azules, alguna de color amarillo y todas con dos plantas, en vez de un solo piso como yo las recordaba.
Comenzó mi angustia cuando llegué a la letra H, donde estaría mi abuela y mi madre; no, no era la misma casa familiar, nuestra puerta era verde y me encontré dos grandes portones de color madera cerrado a cal y canto. La congoja, la angustia, la sensación de no saber qué ocurría, dió paso a un intenso nerviosismo acompañado de miedo. Llamé a mi madre y pude ver claramente que mi hija estaba en la calle, brillaba en la oscuridad más absoluta, sentada bajo un viejo eucalipto pintando sus preciosos dibujos con muchos colores. ¿Mamá qué te ocurre, qué te pasa? Me preguntaba sin dejar de mirar sus dibujos.
Y en ése momento rompí en un llorar desconsolado, doloroso y brotaron de mi garganta aquellas palabras desgarradoras, gritaba: ¡¡ Me he perdido, me he perdido, mamá, mamá, me he perdido !! mientras mi lágrimas brotaban a la par de mis ojos. Escuché al unísono la voz de mi marido: Toñi, Toñi….despierta, despierta, estás soñando.
Abrí los ojos lentamente, empañados y con el corazón encogido a pesar de que la suave luz de la madrugada pintaba de dorado otoñal la estancia, miré a mi alrededor y me di cuenta de que no, no estaba perdida. Pero el otoño quizás o éstas lánguidas fechas que marcaron mi vida me hacen recordar, añorar incluso soñar buscando en mi “baúl de los recuerdos olvidados” detalles y épocas lejanas.
Busco contemplar su imagen llena de dulzura, sentir el calor de sus abrazos, oír su risa, escuchar su voz contándome sus historias, sus vivencias, sus recuerdos y emociones.
Y así paso la mañana en mi cocina, sintiendo su presencia en los aromas y sabores de lo que preparo, añadiendo sus recuerdos y emociones a lo que cocino. Porque en definitiva de eso se trata cocinar, en gran medida echar en cada receta una pizca de emoción, otra de recuerdos y mucho, mucho cariño.
Hoy, recuerdo cómo ellas, mi madre, mi abuela materna decían ¡¡ Cuanta “jambre” quitaron en la guerra y la post-guerra las habas secas, las algarrobas, la “cebá” negra y amarga como el demonio, las bellotas amargas, las batatas “cocías” y las castañas aunque fueran pilongas !!
Y en éste otoño, en los que la naturaleza se vista de dorados y marrones los bosques de Málaga, con senderos que conectan pueblos blancos de singular belleza y unos paisajes naturales que parecen extraídos de cuentos de leyenda, donde uno de sus productos, la castaña es la reina absoluta; es toda una referencia su producción en la Serranía de Ronda, la Sierra de las Nieves y el Valle del Genal.
Y en las calles de la capital malagueña, es a primeros de Octubre cuando cambian los aromas de los jazmines por el de las “castañas asás” y por ende, las comenzamos a encontrar en nuestros mercados, por lo que en nuestras cocinas, ellas, ya sean frescas, asadas o pilongas enriquecen nuestros guisos.
Y la tradición vuelve a nuestros fogones, como éste GUISAILLO DE CARNE CON CASTAÑAS
¿CÓMO LO HICE?
Cuarto y mitad de kilo de lomo de cerdo cortado en trozos pequeños, media cebolla grande (blanca dulce), un diente de ajo, dos hojas de laurel, seis granos de pimienta negra, un vaso mediano de vino blanco (fino amontillado), un vaso grande de agua, sal, un cuarto de kilo de castañas, sal y aceite de oliva virgen extra. (En ésta ocasión con Aceites Gil Luna de El Burgo )
Quitar la cáscara de las castañas. Mientras poner a hervir agua, cuando comience a burbujear introducir las castañas y esperar tres o cuatro minutos, apartar del fuego y cortar la cocción echando agua fría. Mientras aún están caliente ir quitando la piel con cuidado de ir retirándola de los pliegues todo lo posible.
Visiten Málaga, sus maravillosos bosques, sus Serranías y disfruten de paisajes de ensueño, de sus pueblos blancos, sin olvidar su rica y fabulosa gastronomía, como éste antiguo y tradicional "guisaillo" de carne con castañas malagueñas.