hannya

Por Ane

 

El hannya es el hannya y se canta como se canta, cada sílaba descansando entera en el golpe al mokugyo.
No golpea el tambor, acompaño su silencio.
Cae el palo, suelto la sílaba y le hablamos al mismo tiempo, con la misma fuerza, a la misma cosa intangible.
Hay un momento que huele y suena a principio de mundo, un instante sagrado donde hasta el aire está vacío y sé repleto y preñado. El universo queda suspendido en un “ay” y nadie sabe qué va a salir.
Kan (como un big bang) va tan deprisa seguido de ji (el siguiente minúsculo segundo de la Creación) que no tengo tiempo de darme cuenta que no hay marcha atrás: hemos vuelto a comenzar.
Curiosamente todo el hannya está determinado por el momento en que se lanza el sutra: maka hannya haramita shingyo... desde la tripa encaramándose a la garganta del responsable de esa cosa tan delicada que es conjurar y parir en el abismo, la tierra que sostendrá nuestro siguiente paso.
Hay unos pocos instantes en que nos  esforzamos suavemente por encajar, hasta que las voces empastan y las diferencias se asientan unas en otras y unas con otras.
Cada uno lo entona a su manera y las hay de lo más divertido sobre todo al principio, cuando no te lo sabes de memoria y tienes que seguir en el papel unas palabras que parecen cualquier cosa menos palabras en un folio eterno donde las líneas saltan como si tuvieran vida propia y te despistas y terminas por cerrar la boca o abrirla para reírte hasta del mismísimo dios que hasta el momento habías creído ser.
Los hay alegres y los hay pesados, los hay tensos, los hay que abren la vida siguiente y los hay que cierran todo lo anterior (que viene a ser lo mismo pero no igual).
Mis preferidos son los que me vacían, los que me dejan un sabor a agua como aire limpio de montaña. Será por la ligera hiperventilación. Será.