"Hechizo de pequeñez", o una historia dentro de otra historia

Por Valeria @asoclibr


Este es un pequeño relato con el que me encontré mientras estaba distraída leyendo la historia que contaba un libro.
Me encanta cuando pasa eso. 
Encontrarse, de repente con otra historia, inesperada, disrruptiva, interesante en sí misma, que nos sustrae un momento de la trama principal.
Es como encontrarse con las almendras de un helado que creíamos sólo de chocolate (metáfora válida sólo para el que le gustan las almendras, claro). Los detractores de las almendras tendrán que buscarse otra analogía que les resulte válida, me temo.

Amélie Nothomb es una autora que suele hacer esas cosas, es muy de la almendra en el chocolate.
 Es muy del chocolate, ahora que lo pienso bien. 
Me acabo de acordar que en otra de sus novelas, la divertida "Metafísica de los tubos", cuenta (cuasi autobiográficamente) cómo dejó de ser un "bebé vegetal" a los dos años, gracias a probar por vez primera un cachito de chocolate blanco belga, convidado por su abuela.

Pero eso es otra historia, Y como yo no tengo ese talento para esconder un relato dentro de otro, lo del chocolate belga quedará para otra ocasión, y acá va lo que quería compartirles en un principio.

Que lo disfruten.

***
    "La salvación proviene del misterio más extraño. El 21 de diciembre de 2011 recibí un bonsái de una belleza exquisita. Lo instalé en mi apartamento y le puse el nombre de Swift. Dos semanas más tarde, Swift empezó a secarse. Corrí a hablar con la vendedora, autoproclamada especialista en esta especie, que me dijo:
-Su bonsái agoniza.
-Lo sé. ¿Qué me recomienda?
-Nada.
-Seguro que algo se podrá hacer.
-¿Contra la muerte?
-Todavía no está muerto. Mientras hay vida, hay esperanza.
Levantó la mirada hacia el cielo.
-Ese cuento no sirve para un bonsái. Desde su infancia, ha sufrido torturas que no podemos imaginar. No desea seguir viviendo, ¿lo entiende?
     Me di cuenta de que la vendedora era una depresiva que atribuía sus propias patologías a sus plantas, y me marché.
     Una vez en la calle, pasé por delante de un cine en el que se proyectaba La invención de Hugo, de Scorsese. El horario me venía bien. Compré una entrada y me puse en la cola, con Swift en brazos. La gente me miraba moviendo la cabeza. Llegada la hora, me instalé en la sala.Sobre mis rodillas, Swift parecía a punto de exhalar su último suspiro. Apenas me atrevía a pensar en los tormentos que le habíamos infligido durante su crecimiento para obligarle a ser un bonsái. Sentir aprecio por una especie sometida a tantos suplicios dice mucho de nuestro sadismo.
      Empezó la película. La primera parte me interesó bien poco y sentí la tentación de quedarme dormida. Dormir en el cine es mucho mejor que dormir en la cama: se trata de un sueño consciente. Pero la segunda parte me entusiasmó hasta lo más profundo de mi ser y despertó en mí emociones selenitas. La figura de Méliès me reconcilió con la conquista del espacio y salí de la sala exultante. Entre mis brazos, Swift permanecia en un meditativo silencio.
      Al llegar a casa, deposité mi planta de compañía cerca de la cafetera y seguí con mi vida. Al día siguiente, el bonsái había resucitado. Sólo que ya no era un bonsái. Sigue teniendo el cuerpo enclenque, pero desde entonces produce unas hojas tan grandes como las de un baobab. Scorsese lo liberó de su hechizo de pequeñez."
                                                               La nostalgia feliz // Amélie Nothomb