-Tengo una persona que se baja en el siguiente pueblo- dijo el conductor y luego levantó la voz -¿Quién se baja en el siguiente pueblo?-Yo- contestó la señora del primer asiento de manera disciplinada, alzando la mano, como si estuviera en el colegio.- ¿Ves? El vendedor del bar se ha equivocado y ha vendido un billete repetido. Ahora, él mismo te llevará en su coche al siguiente pueblo, donde se bajará esta señora y tú ocuparás su lugar- le explicó al peregrino.-Bueno- contestó el joven conforme – ¿Y mi mochila?-Se queda en el autobús.Dicho y hecho. El muchacho se apeó del vehículo y nosotros arrancamos sin más pérdida de tiempo. Los compañeros ni se inmutaron por la ausencia de su amigo. Veinte minutos después llegábamos a la siguiente parada en un pueblecito de casas bajas y modestas. El peregrino ya estaba allí, con el dueño del bar, de pie junto a un viejo Mercedes.La señora se bajó en su destino, el muchacho subió, levantó los brazos y saludó a todos los viajeros. Como respuesta recibió una gran ovación y un aplauso de entusiasmo.-¡Me he bajado de un Mercedes y me he subido en otro!- gritó ilusionado.El conductor le señaló el primer asiento que había quedado libre.-¿Portugués?- le preguntó interesado.-Brasileño.-Ahora están las Olimpiadas.-Las Paraolimpiadas, sí.Y ese fue el inicio de una larga conversación, a la que solo le faltó pedirse los respectivos facebooks, mientras que en la radio sonaban canciones de los años sesenta y las típicas de ciudades que solo has oído a algún borrachín. Y es que las cosas, con buena voluntad por todas las partes, pueden solucionarse fácilmente.
No es lo mismo que nos ocurrió en el tren de Hendaya a Madrid, que hacía parada en Burgos. En la estación esperábamos decenas de personas con nuestras respectivas maletas. Varios muchachos invidentes hablaban con el empleado de la estación que iba a ayudarlos a acomodarse, cuando el tren llegó repleto. Tuvimos que esperar pacientemente que los viajeros que tenían como destino Burgos, se apearan para poder subir nosotros y ceder el paso, como es lógico, al grupo de muchachos y al empleado que los acompañaba y que después debía bajar del tren, antes de que éste emprendiera su marcha de nuevo. Se ve que en esta operación tardamos más de lo habitual y cuando aún estábamos subiendo las maletas, se escuchó la voz de una señora muy enfadada que gritaba desde otro vagón:-¡Vamos, que ya llevamos diez minutos de retraso!La impaciencia es muy mala consejera.