La hepatitis C es una enfermedad infecciosa que afecta exclusivamente al hígado y que está producida por el virus de la hepatitis C, o VHC. Antes de identificarse este virus, en 1988, esta enfermedad recibía el nombre de hepatitis no A no B.
Cerca de tres cuartas partes de los casos de infección por VHC presentan una infección subclínica que pasa desapercibida; un 10-15% de los enfermos presentan una hepatitis anictèrica, es decir, con síntomas de hepatitis tales como astenia y anorexia pero sin ictericia (coloración amarilla de la piel y de los ojos), y el resto de casos presentan hepatitis ictérica.
Entre un 50% y un 70% de las personas infectadas evolucionan hacia una hepatitis crónica. La hepatitis C crónica puede cursar de manera totalmente asintomática o acompañarse de síntomas inespecíficos y, aunque puede avanzar de forma muy lenta, el virus puede afectar progresivamente el hígado.
Algunos casos que progresan hacia la cronicidad pueden desarrollar una cirrosis y, más raramente, un cáncer de hígado. Estos riesgos aumentan en función de diversos factores como la ingestión de alcohol, la edad de la persona enferma o el hecho de que esté coinfectada por otros virus, y disminuyen entre las mujeres y si la infección ha tenido lugar durante la juventud.
El virus de la hepatitis C se transmite a través de la sangre, principalmente por el uso de material contaminado, como el de consumo de drogas (jeringuillas, cazuelas, pipas ...) o el de higiene personal (hojas de afeitar, cortaúñas, cepillos de dientes ...). Los usuarios de drogas por vía parenteral son las personas que tienen más riesgo de infección. A diferencia de la hepatitis A y B, no hay vacuna para prevenir la hepatitis C, pero sí hay tratamiento.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), actualmente hay entre 130 y 150 millones de personas infectadas con el virus de la hepatitis C en todo el mundo. Esta enfermedad es la infección hepática más común en Europa y una de las principales causas de trasplante de hígado en España.
Transmisión
El virus de la hepatitis C se puede adquirir a partir de la sangre de una persona infectada. Para que este virus infecte a una persona es necesario que haya una herida en la piel o un pinchazo que la traspase. Por lo tanto, la mayoría de los contagios se producen por el hecho de compartir agujas, cuchillas de afeitar, cepillos de dientes o utensilios similares con personas infectadas, o hacerse piercings, tatuajes o acupuntura con instrumentos contaminados.
Muy excepcionalmente, se produce el contagio a partir de otros fluidos corporales como, por ejemplo, el semen, por relaciones sexuales sin protección con personas afectadas. Es importante destacar que, aunque la transmisión sexual es infrecuente entre infectados únicamente por el virus de la hepatitis C, la coinfección por el virus de la inmunodeficiencia humana aumenta la probabilidad de que el primero se transmita por esta vía. De hecho, se estima que un 25% de las personas con el virus de la inmunodeficiencia humana también están infectadas por el VHC. La coinfección VIH / VHC es frecuente en los usuarios de drogas por vía parenteral.
Otra vía de transmisión es de la madre infectada al hijo o hija, pero el riesgo es pequeño y menos frecuente que con la hepatitis B.
Antes de 1989, la mayoría de los contagios se producían a partir de transfusiones de sangre, ya que no se podía detectar el virus. En los países avanzados, este contagio ya no existe, ya que los controles de la sangre y de los productos derivados son exhaustivos.
El período de transmisibilidad comienza una semana (o más) antes de los primeros síntomas de la enfermedad (cuando los hay) y puede persistir indefinidamente en la mayoría de las personas.
En restos de sangre, el VHC puede ser infeccioso a temperatura ambiente un mínimo de 16 horas y un máximo de 4 días.
Síntomas
El período de incubación (intervalo desde el momento de la infección hasta la aparición de los síntomas) puede oscilar entre 2 semanas y 6 meses, pero habitualmente es de 6 a 7 semanas.
En la mayoría de los casos, las personas con hepatitis C no sufren síntomas durante muchos años y la enfermedad permanece desapercibida. Por ello, no es extraño que la enfermedad se diagnostique de forma casual. Cuando hay síntomas, éstos pueden ser:
- dolor abdominal
- cansancio
- náuseas
- vómitos
- pérdida de apetito
- fiebre baja
- ictericia (coloración amarilla de la piel y de los ojos)
- orina oscura y heces blanquecinas
Muchas veces, la hepatitis C no presenta molestias hasta que se encuentra en una fase muy avanzada, con las complicaciones consiguientes. De ahí la importancia de la detección precoz.
Diagnóstico
La hepatitis C se diagnostica a partir de un análisis que determina el nivel de transaminasas (enzimas localizados en las células del hígado) en la sangre, que a menudo aumenta en las personas afectadas.
La biopsia del hígado no es necesaria para el diagnóstico, pero puede ser útil para evaluar el grado de afectación de este órgano.
Tratamiento
El 20% de los casos agudos se curan espontáneamente, pero la mayoría de las hepatitis C evolucionan hacia la cronicidad.
La evolución del tratamiento en los últimos años ha sido francamente espectacular. Hasta el 2011, la única terapia disponible para las personas con hepatitis crónica era la administración combinada de dos fármacos: el interferón y la ribavirina durante seis o doce meses. Este tratamiento es efectivo en casi el 50% de los enfermos tratados, lo cual no quiere decir que estén inmunizados ante futuras infecciones de hepatitis C. La inyección de interferón tiene efectos secundarios, tales como dolores musculares, escalofríos y febrícula (37-37 , 5 ° C), que desaparecen 24 horas después de la administración y se controlan con paracetamol.
Desde 2011 hasta la actualidad ha aparecido una nueva generación de medicamentos antivirales que mejoran la efectividad del tratamiento y que tienen menos efectos secundarios.
Cuando se diagnostica una hepatitis C crónica, hay que hacer un seguimiento médico y análisis de los marcadores hepáticos a lo largo de toda la vida, tanto si la enfermedad remite por completo como si evoluciona activamente o se desarrolla una cirrosis. En este último caso, el enfermo puede llegar a requerir un trasplante de hígado.
Por otra parte, es recomendable seguir una dieta variada y saludable, evitar los alimentos muy grasos y prescindir del alcohol, ya que consumirlos puede hacer que la enfermedad evolucione más rápidamente. Ante cualquier duda sobre alimentos o sustancias que se pueden tomar, se debe consultar el médico.
Prevención
Todavía no se dispone de una vacuna eficaz contra el virus de la hepatitis C (las vacunas contra las hepatitis A y B no protegen contra el VHC). Por ello, es muy importante la prevención.
Por tanto, si una persona está infectada por el virus de la hepatitis C, debe tener en cuenta las siguientes medidas para no ser una fuente de contagio:
No compartir ningún utensilio que pueda contener restos de sangre o mucosas con sangre, tales como material de inyección de drogas (jeringuillas, filtro, cazuela, agua ...), de consumo esnifado o ahumado (rulo o pipa), o objetos de higiene personal (cepillos de dientes, maquinillas de afeitar, cortaúñas, tijeras, pinzas ...).
Utilizar preservativo en las relaciones sexuales no monogámicas.
Limpiar cualquier derramamiento de sangre (con lejía) y avisar que se ha producido.
No donar sangre, órganos, tejidos ni semen.
Por otra parte, para prevenir la infección se recomienda:
No compartir material de inyección de drogas, especialmente jeringas, pero también filtro, cazuela y agua, o material de consumo esnifado o fumado, como el rulo o la pipa.
No compartir objetos de higiene personal como cepillos de dientes, maquinillas de afeitar, cortaúñas, tijeras, pinzas, etc.
Utilizar el preservativo cuando se mantengan relaciones sexuales con una persona de la que se desconozca el estado con respecto al virus de la hepatitis C.
Asegurarse de que el material que se utiliza para hacer tatuajes, piercings y otras modificaciones corporales es estéril y / o de un solo uso.
La hepatitis C aguda es una enfermedad de declaración obligatoria individualizada. Por tanto, los profesionales sanitarios, cuando sospechen la existencia de la enfermedad deben notificarla a la unidad de vigilancia epidemiológica correspondiente.
Fuente: canalsalut
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Javier Medina
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