Ella me ha dicho, leyéndolarodeada de nieve, que las conexiones con determinadas personas son esenciales en momentos de pánico, de miedo soledad, duelo o dolor. Porque somos, aunque lo neguemos, personas dependientes de los recuerdos. Esos, con los que conectamos, son los que estarán ahí en caso de pérdida, cuando aparezca el terror y deseemos estar solos. Entonces, ellos, serán los que encenderán el fuego para que recuperemos la vida. Una vida distinta, pero vida al fin y al cabo.
Los nórdicos tenían, y siguen teniendo, un método de vínculo especial entre generaciones. Descubrí que sus antepasados guardaban los restos de lana una vez terminados los pares de calcetines tejidos. Yo los guardo, todos, por mínima que sea la extensión de lana restante. Llegado el momento de montar el árbol de Navidad lo que hacían, y hacen, era colgar de él los pequeños restos de lana de los calcetines ya tejidos y en sus pies. A modo de nexo y de agradecimiento. De la misma manera que, tan solo entrar en sus hogares, descalzan sus pies y dejan que sus calcetines conecten con su suelo firme. Esos mismos calcetines no terminan tan solo calentándoles, sino que también tienen como tarea felicitar la Navidad desde el árbol. Me pareció una forma tierna, delicada y brillante de terminar un ciclo. Sabía yo que guardaba todas esas demostraciones de cariño tejido por algo. Y he tenido que ir al frío de miles de kilómetros, de la mano de Didion, para que ellos me digan cómo mantener calientes los recuerdos, cómo conectar esos pies de mis mujeres y agradecer el haber tejido. Este año llenaré el árbol de lana. Kiito, Suomi.