Entendemos desde hace un buen tiempo, que los géneros cinematográficos puros ya no existen, por el contrario, la norma es la hibridación o la mezcla de ambientes, estilos y formas, sin embargo, algunos autores han llevado estas ideas a ejercicios particulares, apropiacionismo genérico y un estilo singular rayando en el pastiche o el calco; como lo veremos en las siguientes películas:
Dracula: El diario de una virgen (2002)
Con el director nacido en Manitoba (Canadá) Guy Madin, se entiende que las reglas cinematográficas no están hechas sólo para romper sino para apropiárselas, como en este caso, con el mito de Dracula, Van Helsing y el erotismo eterno de quien necesita de la sangre del otro para seguir viviendo; mezclando géneros, estructuras y formas. Maddin, con su estilo que emula los inicios del cine, también asume el riesgo de lo coreográfico, el exotismo y cierta carga burlona, como homenaje al mito vampírico; es decir, la obra nos recuerda a todo y a la vez nada, porque el canadiense hace uso de la danza como factor poético, narrativo y estético frente al erotismo y la muerte, sin negar sus cuotas de humor, absurdo y un sincretismo, que pasa de la forma al mismo contenido, porque el vampiro de Maddin es un hombre asiático, los pretendientes de Lucy están más cerca a cowboys decimonónicos y teatrales, que se mueven al ritmo de la música de Gustav Mahler y del Royal Ballet de Winnipeg, haciendo inclasificable una obra tan reconocida en su narrativa, que sí bien, toma un poco del Drácula clásico, el de Copolla, y algo de la serie B, Maddin junto a Mark Godden, crean una obra particular y original en su resultado, como lo es la obra de este canadiense.
Gran trabajo de Maddin, no sólo a nivel visual, sino en su intensión, al lograr que la creatividad no dependa de lo textual sino de la fuerza de sus imágenes y formas, en la que ballet, vampirismo e inicios del cine, generen algo singular, de algo ya establecido como mito de Drácula, una de las mejores del canadiense.
Una chica vuelve a casa sola de noche (2014)
Primer largometraje de Ana Lily Amirpour, quien no niega sus influencias del cine de los 80, y las mezcla en este particular relato vampírico suburbano, en el que el nuevo dealer de una ciudad fantasma iraní se enamora de una "joven" vampira, tan vengativa como impetuosa, eso sí vestida con converse, camisetas punk, una patineta y una especie de hiyab, que espera en los callejones de la ciudad a sus nuevas victimas. Relato de amor y escape, tan singular como poco desarrollado, que funciona desde lo visual y en su aparente posmodernidad, se pierde sus propias dilucidaciones.
El ambiente pospunk, casi de cómic y amour fou, se pierde entre mezclas, homenajes que nunca se llegan a concretar, aún así, visualmente es una gran película, con una banda sonora interésate, como esas historias de amor ochenteras, en las que el amor, se movía a esos ritmos, entre depresivos, emotivos pero recordables.