Aparte de esperada, la instalación Black Mirror, del videoartista californiano Doug Aitken cuenta con varios atractivos adicionales que van más allá de la calidad que pueda tener su obra. El primero, es el escenario escogido para mostrarla al mundo: la isla de Hidra, un pequeño paraíso en tierras griegas que aúna por igual la tranquila estampa del puerto pesquero mediterráneo con el turismo desaforado del que, en estos tiempos de recesión, se nutre el país.
El segundo es la presencia de esa musa de la independencia audiovisual llamada Chloë Sevigny, que como absoluta protagonista de Black Hole, estará presente en la inauguración y el par de performances que se llevarán a cabo en la citada Hidra y en la cercana Atenas, que incluirán música en directo, cantantes e incluso strippers.
Más allá de sus aspectos comerciales, la instalación ahonda en las nuevas identidades lingüísticas, así como el fracaso de la conversación (en su sentido más tradicional) ante las nuevas formas de diálogo que han visto la luz en las últimas décadas. Gracias a Internet y sus herramientas sociales o la cada vez más sofisticada mensajería instantánea que hace del clásico sms un producto obsoleto, Aitken nos habla de un desarraigo que empieza en la sala escogida para albergar el proyecto, un matadero local que, premeditadamente, nada tiene que ver con lo proyectado, y que unifica un trabajo filmado en Grecia, Arizona, México y América Central. Cinco canales de vídeo sobre espejo negro en los que se superponen conversaciones o fragmentos incompletos de éstas sin un argumento o una enlace con la acción de Sevigny, centrada en escenarios tan estacionales como aeropuertos, aparcamientos, habitaciones de hotel y establecimientos nocturnos.
El propio Aitken ha demostrado su escaso interés en el turismo exótico y cultural, y expresado su deseo de convertir la instalación en un proyecto tan móvil como su concepto, un viaje infinito que adopta la forma de un caleidoscopio espejado y de reflejos negros. Por otra parte, el énfasis puesto en las instalaciones griegas diluye ligeramente su discurso, que huele al clásico “bueno, bonito y barato” mezclado con la necesidad de contentar a las fortunas locales, tradicionalmente ávidas de arte.