Hijos tiranos hoy ¿adultos tiranos mañana?

Por Juliannebenson

Por: Julianne Benson
El estilo de crianza adoptado en las familias es una temática de importancia social, pues los niños y adolescentes actuales serán los adultos, profesionistas y mandatarios del futuro. Las generaciones del nuevo milenio se jactan conocer sus derechos y las obligaciones de sus padres, pero eluden las suyas. Esta falta de responsabilidad se ha convertido en un dolor de cabeza para los padres, cuya debilidad e inseguridad ha propiciado la formación de niños y jóvenes dictadores, impositivos y engreídos. Este artículo permite a los padres conocer enteramente el problema, presentando un panorama que describe las causas de tal comportamiento y la forma en que éste afectará sus relaciones futuras en caso de continuar con la autoridad cedida. De manera que comiencen a centrar la educación de sus hijos en los valores que las carencias, la disciplina y los fracasos logran forjar, para que alcancen el éxito por sí mismos; porque los hijos a quienes sus padres satisfacen todas sus exigencias, toleran sus caprichos y les resuelven sus problemas, están condenados a fracasar en la vida.
Existen varios factores que explican por qué los niños actuales describen a sus progenitores más como a amigos que como padres, pero quizá el más relevante de ellos es el amargo recuerdo que los adultos conservan de su niñez. Obviamente, las circunstancias sociales, políticas, económicas y familiares que afectaron su vida, no son las mismas que se presentan hoy en día. Las generaciones de niños de 1950 a 1970 fueron los primeros en experimentar los cambios dramáticos en la familia y en sociedad. Vivieron cierta inseguridad al encontrarse atrapados entre dos ideologías: por una parte el modelo autoritario y colmado de reglas que sus padres insistían en manejar; y por otro, el surgimiento del movimiento hippie en los años 60’s, que rechazaba la autoridad, y el de la liberación de la mujer. Todo esto provocó que los padres demandaran a sus hijos una responsabilidad mayor de la que les correspondía. Por aquellos entonces, “los jóvenes, casi niños, tenían que abandonar la escuela para ponerse a trabajar y traer un trozo de pan al hogar” (Prado Maillard y Amaya Guerra); las niñas debían hacerse cargo de cuidar a sus hermanos menores y atender las labores del hogar, para que las madres pudieran apoyar la economía familiar. Esto implicaba que se “establecieran unas normas que, en general se cumplían y había una autoridad, muchas veces impositiva y poco dialogante, rayando incluso en el autoritarismo, pero había disciplina” (Prado Maillard y Amaya Guerra). Los niños temían a sus padres, jamás se oponían a ellos ni consideraban siquiera expresar su inconformidad; pero también los amaban, veneraban y respetaban. Y cuando esos niños crecieron, y se percataron de que habían vivido una infancia en la que eran todo, menos niños, se propusieron firmemente que sus hijos no correrían con la misma suerte. Sin embargo, en el intento de ser los padres que quisieron tener, pasaron de un extremo al otro y si “antes se consideraban buenos padres a aquéllos cuyos hijos se comportaban bien, obedecían sus órdenes y los trataban con el debido respeto […], hoy los buenos padres son aquéllos que logran que sus hijos los amen, aunque poco los respeten” (Marulanda). Como quien dice, los roles se invirtieron, y ahora son los papás quienes tienen que complacer a sus hijos para ganárselos, y no a la inversa, como en el pasado.
A pesar de todo, los padres deben percatarse de que es precisamente el que hayan sufrido y resentido el tipo de educación que tuvieron lo que ocasionó que sean hoy adultos persistentes, que luchen por lo que desean, que no tengan miedo ante las adversidades que la vida pueda traer, que tengan un gran respeto hacia sus padres, y que es eso y no los lujos materiales lo que los hace personas valerosas y de bien. Los padres de hoy deben recordar decir con más frecuencia la frase “algún día me lo agradecerás”, pues son ellos quienes realmente comprenden la verdad contenida en ella.
La debilidad, complacencia y falta de firmeza que, actualmente, los padres manifiestan, han hecho que los hijos aprendan desde muy chicos a ser manipuladores, pues se percatan de que su padre y madre están dispuestos a cumplirles cualquier capricho en su afán de no verlos sufrir y de darles las facilidades y oportunidades que ellos no tuvieron cuando niños. Esto es, los niños saben exactamente qué hacer, decir y cómo comportarse para lograr lo que quieren, sin que tengan que esforzarse por obtenerlo.
Además, esta generación de los llamados niños milenio, ha crecido bombardeada por los avances tecnológicos, el concepto de libertad, la globalización y facilidad de información. “Se define como la generación del internet o del celular, pues no sólo nació experimentando esta tecnología, sino que la utiliza la mayor parte de su vida” (Prado Maillard y Amaya Guerra). Los videojuegos y la comunicación constante por Messenger han reemplazado enteramente a los antiguos juegos infantiles tales como el balero, el trompo, las muñecas y los carritos. Hoy los niños se piensan expertos en esta área, en el manejo de las computadoras y los celulares más actualizados, dejando muy atrás a sus padres, considerándolos ignorantes y anticuados, lo que hace que les pierdan el respeto, llegando a ser incluso groseros cuando se dirigen a ellos.
Por su parte, la sociedad también ha hecho de las suyas; pues en un mundo consumista que mide el valor de las personas por la marca de la ropa que usan o del auto que conducen, los niños y adolescentes han aprendido que en el tener está el ser, por lo que exigen que se les dé sólo lo mejor y se les compren cosas de marca para que puedan destacar entre sus amigos y la gente los envidie.
Las prioridades de los padres han cambiado, no quieren que sus hijos sufran y desean llevar una vida familiar tranquila, por eso evitan cualquier tipo de confrontamiento con ellos; sin embargo, si los padres complacen hasta el último capricho de los niños, sólo conseguirán “educarlos en la apatía y la flojera, que desconozcan el esfuerzo, la trascendencia y el deseo” (Prado Maillard y Amaya Guerra) y que puedan desarrollar una dependencia total hacia los demás, experimentar miedo e inseguridad de sí mismos, debido a que en realidad nunca aprendieron a darle a los beneficios, lujos y oportunidades que gozaban el valor que merecía, porque “a ellos no les costó obtenerlos”.
La falta de firmeza y la carencia de reglas han hecho que los hijos aprendan, desde muy chicos, a ser manipuladores; pues se percatan de que su padre y madre están dispuestos a cumplirles cualquier capricho en su afán de no verlos sufrir y de darles las facilidades y oportunidades que ellos no tuvieron cuando niños. Con estas pautas, los niños saben exactamente qué hacer, qué decir y cómo comportarse para lograr lo que quieren, sin que tengan que esforzarse por obtenerlo. En realidad ni la permisividad, ni el autoritarismo genera buenos resultados. “Cuando los padres ceden continuamente ante los hijos, estos no suelen interiorizar el significado de frustración y desconocen cómo enfrentarse a los problemas. Por el contrario, cuando se imponen demasiadas reglas, se corre el riesgo de que los hijos crezcan inseguros y con una personalidad dependiente” (A. García); pero el resentimiento que los adultos guardan hacia sus progenitores ocasiona que no se percaten de los errores que ellos mismos cometen, dejando que sus hijos hagan estragos en sus decisiones.
En la mayoría de los trabajos publicados relacionados con el tema concuerdan en que el problema está presente y es más importante de lo que se piensa. La razón de la existencia de las escuelas para padres es, efectivamente, el hecho de que actualmente los padres no saben cómo ser buenos padres, y ante tantos vicios sociales emergentes como la drogadicción, información sexual disponible a tan temprana edad y el internet, el educar acertadamente a los hijos es indispensable. Aquellos que han vivido con carestías y reflexionado de sus fracasos saben valorar lo que tienen y cómo enfrentar las adversidades. Estas cualidades son características de una persona exitosa, amable, empática con la sociedad y que no mide su felicidad de acuerdo a los bienes que posee. Esto es hablar de una buena persona formada en las mejores bases.
Hoy en día los factores que influyen en el comportamiento de los jóvenes son muy diversos, pero los más fuertes son los que reciben de sus padres, pues ellos son su ejemplo de cómo debe ser un adulto en todo sentido. Es por eso que lo último que un padre debe mostrarle a su hijo es su debilidad, su miedo, su inseguridad y su preocupación a fracasar como padre. Y ante tantos vicios sociales y peligros actuales, es importante educar para superar los problemas, encontrar alternativas, suplir carencias y capitalizar fracasos; pues, un niño que lo tiene todo y le evitan todos los problemas para que no sufra, estará abocado al fracaso. En el pasado fue el trato disciplinario y exigente lo que consiguió formar personas de éxito y de valores inmaculados; pero, el sufrimiento experimentado y el resentimiento acumulado fue dominante, y el ideal no fue alcanzado. Hoy se incita a las personas a encontrar un equilibrio entre dos extremos, de manera que se logre el éxito del pasado sin repetir sus errores.
Fuentes Consultadas
García, Azucena. «Padres permisivos, ¿dónde está el límite?» 29 de Agosto de 2007. Consumer Eroski. 10 de Octubre de 2009 .
Marulanda, Ángela. «Padres Permisivos vs Padres Autoritarios.» Catholic.net. 4 de Noviembre de 2009 .
Prado Maillard, Evelyn y Jesús Amaya Guerra. Padres duros para tiempos duros. Hijos exitosos educados con carencias, disciplina y fracasos. México: Trillas, 2005 (reimp. 2008).