Historias de fonendoscopio. Respuesta #1

Por Saludyotrascosasdecomer
Vino al mundo en uno de esos pequeños pueblos que, como pinceladas blancas, forman parte del paisaje en el montañoso sur del país. En su casa, cuatro paredes encaladas por fuera y por dentro sin tejado porque nunca llovía y con azotea porque siempre hacía sol, sus padres, cristianos de ideas comunistas que habían tenido que emigrar de la gran ciudad para evitar un exilio mayor durante la última revolución, le inculcaron desde pequeño el hábito de la lectura y de la reflexión. Pronto se dio cuenta de que, sin proponérselo, como hacen los necios, era diferente a los demás. No disfrutaba con los juegos infantiles en el río, ni con el fútbol, ni con las excursiones furtivas a la sierra en busca de los huevos que los cucos dejaban en nidos ajenos. Se hizo amigo de la soledad y de los libros. Las horas se le escapaban entre las letras y sus padres no hacían otra cosa que fomentar su afición, regalándole, siempre que el sueldo de ayudante de boticario lo permitía, nuevas historias de papel en las que buscar respuestas.
El tiempo pasaba y, para su sorpresa, la primera respuesta a las preguntas que iba construyendo en las circunvoluciones del cerebro –que, si uno se fija en los dibujos de los viejos atlas de anatomía, son grandes signos de interrogación- no la encontró en los libros. Cada noche, antes de entregarse al sueño, le gustaba disfrutar del templado calor que, acumulado durante el día, desprendía el suelo de la azotea y, mientras escuchaba el sonido del viento secando las sábanas blancas, leer. Fue una de esas noches cuando, al llegar al sitio donde siempre se sentaba, descubrió una sombra menuda que, mirando al cielo, ocupaba el lugar donde su cuerpo se sentía a gusto en la oscuridad, noche tras noche. La sombra varió su contorno al verle llegar y se delató en la luz en forma de saludo. Era una niña, de probablemente su misma edad, que le sonreía. Los ojos azules le interrogaban sin que él, aparentemente, reaccionara.

Yo te conozco, le dijo la muchacha. Eres el chico de los libros. Te he visto leer desde la ventana de mi habitación. A mí también me gusta leer y escuchar la música del viento en la ropa tendida. He traído esto para ti.

Tendió la mano que portaba el presente y, mientras él intentaba leer el título del libro que sus manos aferraban, la muchacha desapareció, camuflada su sombra en la oscuridad sin luna de la noche. El título del libro hablaba de amor y de urgencia. Al darse cuenta de que la chica había desaparecido, intentó ir tras ella pero, de súbito, comprendió que el amor no se puede perseguir.

A la mañana siguiente le despertaron voces en la calle. Asomado a la ventana pudo ver como un hombre enfundado en un mono azul terminaba de cargar una gran caja de cartón en el camión de mudanzas aparcado en la acera de la casa de enfrente.