HITLER: LA AUTOCRACIA ENLOQUECIDA (Primera Parte)

Por Gonzalo

El 28 de junio de 1934, Hitler discutió con Göring y Himmler la forma concreta de actuación para la “desconexión” de las SA durante la boda del jefe de zona Josef Terboven que se celebró en Essen. El plan era tan sencillo como eficaz: Röhm y sus más estrechos colaboradores serían convocados para celebrar un “debate abierto” con el Führer en Bad Wiessee, donde serían arrestados sin provocar demasiado escándalo. Hitler quería dirigir personalmente la acción del comando para asegurarse de que todo saldría a la perfección.

Hacia medianoche se subió en  Bonn-Hangelar a un JU 52 con dirección a Múnich. Junto a Hitler, iban en el avión sus ayudantes Brückner y Julius Schaub, así como sus chóferes. Para participar en aquella “empresa de hombres” también fue admitido -tal como recordaría despreciativamente tiempo después RosenbergGoebbels, que iba acompañado por el jefe de prensa del Reich Otto Dietrich. El ministro de Propaganda del Reich todavía creía en aquel momento que la acción planeada se dirigía contra la “reacción”.

Goebbels había organizado desde hacía varias semanas una campaña propagandística contra aquellos “derrotistas y criticastros”. Cuando Hitler le contó sus verdaderas intenciones, Goebbels, consternado, comenzó a solicitar que se le permitiese participar en la operación, para que no pudiera quedar la más mínima duda acerca de su lealtad. Todo comenzó más pronto de lo previsto, pues desde la capital bávara llegaron informaciones que hicieron necesaria una acción rápida.

Los preparativos del Ejército y las SS no habían pasado desapercibidos para las SA. Oliéndose que se tramaba algo, a medianoche se reunieron en Múnich tres mil hombres de las SA, la mayoría de ellos pertenecientes al Estandarte de Defensa Número 1. Armados para entrar en combate, se desperdigaron por las calles de la ciudad con actitud pendenciera y se declararon dispuestos, por su parte, a actuar contra cualquier traición.

Era, una vez más, una de aquellas ocasiones en las que se trataba de todo o nada. No solo eso: Hitler, que siempre hablaba de lealtad, se disponía a eliminar a Röhm, un compañero de lucha de los primeros tiempos, un hombre que ya en 1919 había ayudado al movimiento como jefe de armería de Epp y que durante el golpe de noviembre de 1923 se mantuvo siempre en primera línea. En consecuencia, Hitler era víctima de una gran tensión, lo que se reflejaba -tal como ya había causado sorpresa durante su visita al campo del Servicio de Trabajo el día anterior- en su aspecto un tanto desaliñado.

La acción comenzó en el Ministerio del Interior bávaro, adonde se dirigieron de inmediato con la bruma matinal del 30 de Junio de 1934, nada más aterrizar el aparato. Allí habían sido conducidos algunos jefes de las SA acusados de ser los responsables de los disturbios del día anterior. Gritando, Hitler les arrancó las charreteras de sus hombreras y ordenó que los condujeran a la prisión de Stadelheim. Acto seguido, se dirigió hacia Bad Wiesse al mando de una tropa de la SS, donde, dos horas después, seguido por Goebbels, que no se apartaba de su lado, y por algunos camisas negras, entró en el hotel Hanslbauer, el lugar en el que tenía concertada la cita, y ordenó que sacasen de la cama al jefe de las SA Röhm, que todavía estaba durmiendo.

Hitler dominó con gran entereza la situación crítica que tuvo lugar a continuación cuando llegó al hotel la guardia personal de Röhm para asegurarse de que todo estaba en orden. Con enorme sangre fría, Hitler les ordenó que regresaran a Múnich, una orden que cumplieron de inmediato, sin ni siquiera darse cuenta de lo que había ocurrido en Bad Wiesse. A mediodía todo había terminado.

En la casa parda, Hitler hizo público el nombramiento de Viktor Lutze como nuevo jefe de las SA y, además, marcó con una cruz seis nombres de la lista de detenidos que fueron liquidados inmediatamente en Stadelheim. Pese a las protestas del director de la prisión, poco después fueron asesinados a tiros Edmund Heines, Hans Graf von Spreti, Hans Hayn, August Schneidhuber, Willi Schmid y Peter von Heydebreck. A Röhm se le perdonó la vida. Hitler todavía albergaba dudas.

Solo al día siguiente -el 1 de julio de 1934- se decidió a ordenar también la muerte de su antiguo camarada. Cuando se le concedió el privilegio de poder darse muerte él mismo y se le puso una pistola encima de la mesa, Röhm rehusó el ofrecimiento. Finalmente, lo fusilaron el comandante del campo de concentración de Dachau y miembro de las SS Theodor Eicke, y uno de sus esbirros.

Fuente: HITLER, Una biografía política  (RALF GEORG REUTH)


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