Robert de Niro ha encontrado su Alien personal en el personaje de Jack Byrnes, el ex-agente de la CIA que aplica métodos de contraespionaje para conocer las verdaderas intenciones de sus futuros yernos, en especial de Gaylord Focker (en España, para no echar a perder el chiste fonético, se llama Follen). Los padres de ella (2000) elevaba a la enésima potencia los tópicos sobre ambas figuras, explotando hábilmente el lado cómico de la situación: la desconfianza, el deseo de agradar, el suegro pasando al yerno por el detector de mentiras, el yerno metiendo la pata con consecuencias espectacularmente incrementales... En la secuela --Los padres de él (2004)-- el dúo Hoffmann/Streisand establecía el contrapunto en forma de consuegros desinhibidos, informales... y judíos. Se echan de menos los elaborados gags de la primera parte, pero alguno hay, especialmente hacia el final.
Ahora llega el momento de rematar la tríada, y qué mejor manera de hacerlo que metiendo a todos juntos en un enredo en el que cabe todo: infidelidades irreales --con una Jessica Alba más pedorra que nunca--, Byrnes metiendo las narices en la vida de su yerno. De los gags visuales de sus predecesoras no queda ni rastro, tan sólo un encadenamiento de situaciones que deben hacer gracia como sea, incluso pasando de rosca la película. Ninguna de las posibles historias se concreta, todo son pequeños malentendidos y escenas con diálogos interminables que enfrentan a los diferentes protagonistas.
Película previsible donde las haya que en determinados momentos roza el landismo en versión Hollywood: ese falso tonteo con el humor sexual sabiendo que no se pasará de determinados tópicos verbales y visuales.